Un Pueblo con memoria no puede pasar por alto las fechas y eventos que afectan a sus personas referenciales. Este año cumplimos el veinticinco aniversario de la muerte de Don Manuel de Irujo. En el nacionalismo vasco, Irujo es algo más que un dirigente ilustre. Es el gran líder navarro. Es el hombre de leyes y el organizador que, hace 70 años, pone en marcha la Junta de Defensa de Gipuzkoa y Euzko Gudarostea. Es el europeísta que ve en Europa el proyecto por el que nuestros hijos van a tener que luchar. Y es el gran humanista. Aquel en el que se conjuga la nación con visión humanista, trascendente de la persona.
Así ha sido, y a lo largo de este año el nombre de Don Manuel ha sido fruto de emotivos homenajes. Empezamos el año en Lizarra, en el cementerio el que descansa Irujo. La destemplada mañana se conjugaba con el fondo de las peñas de Urbasa al norte. Gentes de diferentes adscripciones políticas, de varias generaciones, de ámbitos vitales distintos, nos reuníamos a honrar y a recordar a Don Manuel. Irujo fue un nacionalista vasco. Fue un hombre del Partido Nacionalista Vasco. Pero los valores, el compromiso y la talla humana y política de Don Manuel han adquirido tal dimensión, que me atrevo a decir que ha traspasado esos límites y ha alcanzado ámbitos más amplios. Es posiblemente el navarro más grande que haya dado el siglo XX y estos actos de homenaje han servido para descubrir la dimensión del hombre y del líder político.
Líder polifacético
Hay un solo Irujo, pero es un Don Manuel con muchas facetas. Desde joven me ha interesado el personaje. Lo he querido. Lo he admirado. Pero pese a todo me parece un atrevimiento describir en un artículo a alguien a quien no he conocido personalmente. Tenía 17 años cuando Don Manuel murió. Sentí su muerte como militante nacionalista. Pero, ¡ay, cuánto hubiera dado por poder compartir y aprender una tarde con él! Simplemente dibujaré algunos perfiles de Irujo que me han impresionado, tratando con ellos de aportar una reflexión que es más un humilde homenaje que una aportación sobre el ilustre estellés.
Admiro a Irujo. He leído y querido las palabras escritas por este gran vasco y navarro. He admirado los principios del ministro de Justicia que dimite por negarse a firmar sentencias de guerra en plena guerra. Me he sentido cerca del nacionalista vasco que con Castelao y Carrasco i Formiguera promueve en 1933 la colaboración entre nacionalistas vascos, gallegos y catalanes en el seno de Galeuzca. Me he deleitado con sus escritos sobre la concepción de Euskadi, del Estado y de Europa. Su concepción moderna de la nación y la soberanía. Su profundo europeismo. Me he emocionado con su regreso en 1977 a su querida Lizarra, cuando arrancado durante 41 años de la Estella que amaba, dice aquello de "Hay momentos para hablar y momentos para sentir. Este es un momento para sentir". Pero mi concepto de Don Manuel se agranda en cuanto uno conoce y lee al Irujo que se ve obligado, como diputado por Gipuzkoa y por tanto autoridad democrática del territorio, a organizar las primeras semanas de la guerra. Un hombre de coraje capaz de mandar, y hacerlo con humanidad y justicia, en esas trágicas semanas que van desde el 18 de julio hasta que en el otoño del 36 toda Gipuzkoa cae quedando el frente establecido en la línea que va desde Ondarroa hasta los Intxorta en Elgeta y por Legutiano hasta el Gorbea. Preparado para la defensa de Bizkaia.
Admiro a este Irujo de las primeras semanas de la guerra. Hay situaciones para las que nadie puede estar preparado. Una de las más trágicas a las que un ser humano puede enfrentarse, es la de hacer frente a una situación de guerra. Irujo y su generación tuvieron que hacerlo. Era gente de paz. Gente "con anhelos de justicia social canalizada en una norma jurídica que sea contenido de un régimen de derecho...", como se define a sí mismo Don Manuel. Personas que en esa situación tumultuosa en la que el ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor, y en la que el caos y las pasiones más bajas de algunos dan lugar a que la vida humana valga muy poco, ponen a la persona, sus derechos y las leyes por encima de cualquier otra consideración. Jugándose incluso la vida en ello. Irujo era uno de ellos.
Irujo es el negociador que conocedor de que la munición de los que rodean el cuartel de Loiola está prácticamente agotada, consigue la rendición de los cuarteles en una negociación en la que como resume el teniente coronel faccioso Vallespín, "el ratón impone condiciones al gato". Una rendición que evita la inmediata caída de Donostia y la frontera del Bidasoa, con los requetés a 8 kilómetros en Oiartzun, y permite organizar el frente de Bizkaia y por tanto evitar que todo Euskadi pase a formar de manera inmediata de la retaguardia franquista.
Irujo es el hombre que con una ametralladora apuntándole en el vientre se enfrenta en la Diputación de Gipuzkoa a un grupo de milicianos que intentaban sacar al coronel Carrasco, uno de los cabezas de los militares que se habían alzado en los cuarteles de Loiola, para defender la vida de aquel hombre. Porque sus principios humanistas daban el máximo valor a la vida humana, y porque su profunda formación jurídica se rebelaba contra aquella ausencia de un régimen de Derecho.
Hombre de paz
Un hombre de paz como Irujo, es también el que organiza la Comandancia de Azpeitia, que es la que prepara la resistencia de todo el corredor del Urola y la costa guipuzcoana. Azpeitia se pone bajo el mando militar de otro hombre heróico, el entonces capitán Saseta. Irujo describe a Saseta en términos similares a los de la popular canción dedicada al comandante, "txiki, bizkor eta lerden". Aquel hombre de pequeña dimensión física pero gran talla humana y militar, consigue retrasar la caida del frente de Ernio-Zarate-Belkoain que hace posible la organización de Bizkaia y del núcleo de las Milicias Vascas de Euzko Gudarostea constituidas en Azpeitia, y que dejan por primera vez su sangre y compromiso en este frente de Ernio. El mismo Irujo se ve obligado a hacer frente a una situación inesperada encabezando con su pistola star a un grupo de milicianos en el alto de Andrazarrate.
El pensamiento político de Don Manuel es posiblemente una de sus facetas más admirables. Su concepto de libertad, y el derecho a la misma que asiste a Euskadi es una constante en sus escritos. Hay en este sentido una afirmación suya que cobra gran valor en el debate político vasco del año 2006, cuando afirma que "buscamos un sistema de convivencia en el cual no nos sea concedida y recortada al gusto de los legisladores de Madrid, una personalidad que es nuestra por el propio derecho, con arreglo a la ley natural anterior y superior al Estado, sino que la organización estatal parta de la realidad de esa previa existencia, sin perjuicio de la concreción de facultades que a la Comunidad peninsular hayan de ser atribuidas en el nuevo régimen paccionado que al efecto se otorgue". Traducido al lenguaje político de la actualidad: capacidad de decisión y pacto con el Estado.
Don Manuel conjuga a la perfección su carácter de nacionalista vasco con un profundo humanismo. Es éste el Irujo que proclama con ahínco que el fundamento de todo derecho es, en primer lugar, la persona y no las instituciones o la patria. Y desde esa misma perspectiva plantea la cuestión del nacionalismo, como derecho de la persona, tanto en su aspecto individual como colectivo. El mismo Irujo que defiende con pasión que "la nación y el Estado se forman al servicio de la persona". O que subraya que "no hay libertad nacional que no comience por reconocer, proclamar y respetar la libertad individual de la ciudadanía". Todo ello entre los años 1949 y 1955. Un pionero de la libertad.
Político pragmático
Y además está el Irujo pragmático. Quiero reivindicar una palabra tan positiva, tan ligada a nuestra cultura y a nuestro modo de entender la construcción nacional y social de Euskadi, como el pragmatismo. Porque es una de las bases sobre las que hemos construido nuestro proyecto y también la nación vasca actual. Por ello recuerdo aquellas palabras de Don Manuel, cuando decía que "de nada sirven concepciones idealistas y generosas, si carecen de realización potencial, de concreción en la vida, de eficacia en una palabra. Porque no basta con tener razón. Es preciso incorporar la razón a la vida misma para trocarla en guía de nuestros pasos". Palabras sabias y acertadas las de Irujo. Palabras necesarias para la sociedad vasca del 2006 que contempla con preocupación cómo tratan algunos de convertir la política en un ejercicio teórico, frustrante y baldío sobre quién es más o menos abertzale; en una carrera hacia el esencialismo en las manifestaciones públicas, dejando de lado cómo se puede mejor avanzar en la preservación de nuestra identidad, en el desarrollo de nuestro autogobierno o en la calidad de vida y el bienestar de los vascos. No basta con plantearse objetivos, además hay que proponer los medios para conseguirlos. No vale con el qué. Hay que definir el cómo.
Y tampoco me quiero olvidar del hombre. Del Irujo arrancado de su Lizarra natal. Del Irujo conmocionado que llora a su amigo Fortunato Aguirre fusilado por los fascistas. Del Irujo que piensa en su familia y en su suerte cuando va a ser nombrado ministro. De esas palabras sobre el hablar y el sentir a las que antes hacía referencia, mientras divisaba San Pedro y Montejurra tras décadas de exilio. Quiero reivindicar al más ilustre navarro que ha dado el siglo XX y a uno de los grandes referentes del nacionalismo vasco: Don Manuel de Irujo.
Irujo vive la guerra. Sufre la guerra. Se espanta ante la crueldad del conflicto bélico. Como cuando comprueba que el coronel Carrasco ha sido finalmente sacado de la Diputación de Gipuzkoa aprovechando su ausencia, y fusilado, después del primer intento impedido por el navarro. Es el Irujo que un diez de agosto de 1938 abandona el gobierno republicano por negarse a firmar sentencias de muerte. El hombre que trata casi heroicamente de defender la vida humana y protegerla, en un entorno en el que una vida humana no vale casi nada.
Hay una reflexión profunda en Irujo y su generación que aflora en algunos momentos. El análisis de los hechos y situaciones que de haberse llevado a cabo de forma diferente, hubieran podido evitar la guerra. Esa cruel guerra. En muchas ocasiones estas reflexiones se refieren a la ausencia del PNV del Pacto de San Sebastián de 1930, y las consecuencias que ello pudo tener en no alcanzar el Estatuto de Autonomía en 1931 o 1932. Un Estatuto con participación navarra, hubiese hecho imposible el alzamiento de Mola en Iruñea, y quizá sin el frente del Norte la guerra y la historia hubieran sido diferentes.
Esa reflexión sobre cómo podía haberse evitado la guerra lleva a Don Manuel a subrayar en sus escritos el papel que un gran hombre como Fortunato Aguirre pudo tener, y la incompetencia o excesiva confianza de algunos impidió. Fortunato, alcalde de Estella, trata el 16 de julio de instar a la detención del general Mola, al tener datos fehacientes de su implicación en la rebeldía. El gobierno republicano rechaza la pretensión de Fortunato Aguirre aduciendo que Mola era un militar afecto a la República. Dos días más tarde Mola, cuyo papel en la rebelión era indispensable, se alza contra la legalidad republicana. Fortunato pudo tal vez impedir la guerra. El cumplió con su deber. Semanas más tarde, este gran nacionalista vasco y magnífico alcalde que fue Aguirre, el jefe de la Policía Municipal de Estella y el capitán de la Guardia Civil que intentaron arrestar a Mola eran fusilados. Irujo creía que ahí estuvo una de las claves que pudo evitar la guerra. Y llora al amigo y se lamenta de la incompetencia de los que no escucharon a Fortunato.
Europeísta convencido
Y aflora con fuerza el Irujo europeísta. Manuel de Irujo se percató muy rápidamente de los cimientos jurídicos sobre los que se iniciaba la construcción de Europa. El narra las vicisitudes de los nacionalistas vascos en la magna reunión de La Haya, en 1948 con esta reflexión: “Los vascos llevaban en la mente y en el corazón la Europa de los Pueblos. Lo que nacía no era la Europa de los pueblos, sino la Europa de los Estados. Para Aguirre y los suyos el dilema planteado no era el de una Europa u otra, sino el de la Europa de los Estados o ninguna. Y aceptaron la Europa de los Estados.” Esta reflexión ha marcado históricamente la trayectoria del nacionalismo vasco en relación con el proyecto europeo. Una trayectoria que es una lucha entre ilusiones y realidades, aspiraciones y pragmatismo. Pero con una firme convicción de Don Manuel, de que "tras constituir la Europa unida nos quedará a los pueblos europeos la empresa de obtener en su seno el reconocimiento de nuestra personalidad nacional".
Manuel de Irujo nos dejó un extraordinario legado. Veinticinco años después de su muerte su figura se engrandece. "La guerra es un castigo. La guerra civil lleva ese castigo hasta sus extremos más indeseables. Pero si en la guerra civil intervienen modos totalitarios cualesquiera sea su signo, el castigo y la violencia llegan al paroxismo". Un hombre de paz marcado por la guerra. Un vasco abanderado de la libertad y la democracia. Un navarro comprometido con su pueblo. Un gran hombre. Manuel de Irujo.