"Siempre se ha hablado de crisis de la educación, pero la actual tiene características peculiares: no sabemos qué enseñar, ni quien debe de hacerlo, ni para qué" J. C. Tedesco, exdirector de Educación de la Unesco
Septiembre. Ha comenzado un nuevo curso escolar. Y aprovechando esta oportunidad, quisiera intentar abordar el fenómeno llamado educativo o de la enseñanza; pero ello requiere de antemano, ante lo poliédrico del tema, seleccionar la arista concreta de acceso al tema. Entiéndanse, por ello, las presentes líneas como una de las muchas opciones posibles a la hora de acercarse a dicho tema. Y así, me permito pues un breve desiderátum educativo que obstinadamente se resiste, a pesar del transcurso del tiempo, a marchitar. Quizás, en las intenciones e ilusiones, de los promotores de la enseñanza obligatoria para los jóvenes latería la convicción de que la difusión colectiva del saber y del conocimiento eliminarían paulatinamente las desigualdades sociales existentes. Pero ciertamente muy lejos estamos de esa utopía. Y en mi opinión, este objetivo inconcluso a todas luces bastaría para plantear en toda su magnitud una reflexión global sobre lo que todos entendemos y esperamos de, y por, la educación. Me gustaría imaginarme un sistema educativo a salvo de las leyes de la fatalidad económica y libre, en la medida de lo posible, de la tiranía de las exigencias del rendimiento económico. Visualizo así una persona autónoma de la presión de la competencia social que llega a convertir el prójimo en rival a batir. Y trazo el perfil de un educando por encima de la predestinación social. Me concedo también pensar en la necesidad de un sistema que facilite a todos ser partícipes en una sociedad más solidaria. Creo por ello, lo sigo haciendo, que la educación puede ser clave para proporcionar las herramientas para encarar la complejidad de la vida.
Dibujo un sistema educativo que logre el desarrollo de la persona y no exclusivamente el de las facultades útiles para la feroz batalla por el empleo y el sustento. Un sistema cuyo objetivo no se moldee tan unívocamente ante las necesidades que dicta de manera inapelable la economía de mercado, sino que ante todo ayude a cada persona a comprender el mundo en el que vive y cultive esa inteligencia de los conjuntos que llega a ser clave en la autonomía de la persona. Una educación que atacaría la raíz, y de raíz las desigualdades económicas y socioculturales que separan a los mejor dotados de los más débiles. Retomo a un Bernstein que teorizó sobre los dos lenguajes que coexisten en una misma colectividad según las posiciones sociales: el código elaborado y el código restringido. Un código restringido en el que la libertad de elección real por parte de la persona es reducida y le predispone a funciones de ejecución en el que caben pocas iniciativas. Un sistema de comunicación adecuado a la recepción de instrucciones y limitado para la coordinación de actividades. Por el contrario, el código elaborado prepararía a los hijos de los mejor acomodados a resolver problemas, sostener relaciones, captar nociones de conjunto y tomar iniciativas. Vivimos en una sociedad que tiende gracias a la tecnología a liberar a las personas de las tareas materiales, pero que a su vez exige de éstas una mayor lógica, precisión y agilidad de inteligencia para adaptarse al cambio. Así, el hándicap de las personas poseedoras del código restringido no cesaría de agravarse.
Bien, cualquiera que haya conseguido llegar hasta estas líneas opinará que parte de lo aquí expuesto no es sino una relación de ideas aterciopeladas carentes de soporte en la sociedad actual. Cierto. La relación dialéctica del individuo ante y en la sociedad, el rol de la educación en la sociedad, y sus interacciones, son lo suficientemente espesas e interdependientes como para que cada cual estime la medida del desfase existente entre la utopía aquí deseada y la realidad.
Pero hoy y aquí, Euskadi 2010, sí podemos hacer real parcelas importantes del desiderátum mencionado. Habrá que perseverar ante el reto de la diversidad que puebla nuestras aulas, acometer, con decisión y medios, problemas enquistados, realidades profundas, novedosas y difíciles en nuestras aulas. Habrá que proporcionar una respuesta adecuada a jóvenes de familias no debidamente estructuradas, confundidos y sin referencias o con necesidades educativas especiales o de estratos sociales desfavorecidos o con dificultades de comportamiento. La población emigrante, por otro lado, nos exige un nuevo esfuerzo para su escolarización adecuada, y nos exige, también más que nunca, una educación común propia que aporte elementos básicos y compartidos de nuestra identidad vasca junto con el respeto leal a lo pluricultural de quienes nos vienen de otras tierras.
Resumiendo: educar para el futuro significa prepararse para el cambio y la transformación continua. Y esto no se logra incorporando exclusivamente el último avance de la tecnología, habrá que fomentar también el valor del esfuerzo, la ética y de la solidaridad, el discurso de los derechos y también el de las obligaciones. Lo vertiginoso del cambio estructural y la necesidad de la adaptación permanente exige proporcionar herramientas para que el educando adquiera la autonomía necesaria para su autoafirmación, continuo autoaprendizaje y para que obtenga conocimientos y competencias facilitadores de su bienestar.