En esta Euskadi de comienzos del siglo XXI quisiera acercarme a la ventana de mis querencias y ser testigo de una tierra vasca en paz. Un País normal donde se aceptara con naturalidad tanto que el nacionalismo vasco responde a la voluntad de amplias capas de la sociedad como que existen también ciudadanos que se sienten sobre todo españoles. Me gustaría contemplar que no existe problema alguno en entender que haya percepciones y voluntades jurídicos-políticos diferentes sobre cuestiones enredadas históricamente entre lo vasco y lo constitucional. Ver la desaparición también del bochornoso tratamiento que a menudo se le aplica al nacionalismo mezclándolo con la ambigüedad ante la violencia y lo retrógrado ante el progreso de la historia.
Bien, pero hay una realidad gris inmediata. La paz aún no ha llegado a Euskadi. Muerto ya Franco, ETA, desde la transición de la dictadura a la democracia, ha sido la excusa aducida por poderes fácticos del Estado para rechazar las legítimas reivindicaciones del nacionalismo vasco, o cuando al menos para dificultarlas en extremo. ETA manchaba y torpedeaba en grado sumo el mero hecho de plantear dichas cuestiones. Es más, trabajar por la construcción de un escenario para la paz parecería estar en contradicción con el derecho a decidir de los vascos para dotarse de un marco soberano propio o compartido, en todo o en parte, con otros. La defensa de la vida, la lucha contra el terrorismo, no aceptar que la violencia y el matonismo condicionasen el debate político, liderar con determinación la lucha a favor de la paz, contestar contundente y democráticamente al fanatismo violento, parecería ser contradictorio con el ejercicio del derecho de los vascos a ir construyendo nación vasca. La lucha contra la amenaza y el chantaje parecería contradictoria con la aspiración mayoritaria de la sociedad vasca de lograr las máximas cotas de autogobierno. ETA y los que de alguna manera u otra estaban con ella no tenían derecho alguno para impedir pasar página en la historia de Euskadi, ni para crear un estado de excepción de las ideas. En cambio, objetivamente, sí han facilitado que hayamos sido sometidos a una censura ideológica, incluso dialéctica, en el calendario de las aspiraciones nacionales vascas.
Pero la paz también debe ser posible en Euskadi. Y este reto que hoy nos apremia no es sencillo y requiere sobre todo férrea determinación de querer dejar un futuro mejor a las generaciones futuras de vascos. Estamos abocados, quiero creer, a mirar un futuro sin ETA y sin ningún partido ilegalizado, un futuro en el que todos acaten y respeten el único juego político posible, el democrático, fundamentado en la voluntad de las mayorías y en el respeto a las minorías. La paz debe contemplar un histórico y vigoroso esfuerzo de reconocimiento, encuentro y solidaridad con todas las víctimas de todas las violencias. Demanda reconciliación mutua como garantía de futuro, sin excluidos, todos son invitados independientemente de sus diferentes convicciones políticas, ideológicas o identidades nacionales.
La paz en Euskadi exige la disolución y desaparición de ETA, es un deseo mayoritario, deseado y reclamado por la sociedad vasca. Lo contrario, persistir en la violencia, es estéril e injusto, genera sufrimiento, conculca miserablemente derechos humanos fundamentales, desgarra la convivencia, solapa problemas, obstaculiza el tratamiento político de Euskadi al desnudo y su derecho a decidir. La violencia política debe de concluir definitivamente como estrategia, inútil donde las haya, de resolución del conflicto vasco. Un futuro vasco sin violencia exige de igual modo, habilitar las mismas energías que se puedan concertar para expresar el rechazo radical a la violencia, como en hacer realidad la consecución de la paz, a pesar de la violencia pasada, del sectarismo partidista y por encima de desánimos y desesperanzas, amagos y engaños.
Tiempos de paz, anhelo y perspectiva. Temps de paix, ansia y futuro. Peace time, de ganas y esperanza. Bake garaiak, de ilusión y expectación.
Un cantante, hace ya años, compuso una canción añoradora de esperanza, hablaba de que le habían dicho que el amigo de un conocido sabía de buena tinta que se estaba abriendo una ventana a la esperanza: "Itxaropenari lehio bat ireki omen diote" algo así como ¿será cierto que han abierto una ventana a la esperanza? Pero ciertamente el cese unilateral y alto el fuego permanente y definitivo de ETA, completo, verificable y sin contrapartida política alguna se resiste y siguen pasando los meses desde que líderes internacionales con Brian Currin a la cabeza firmaron la Declaración de Bruselas y que su propia Izquierda Abertzale leyó lo que leyó en Pamplona. Que la todavía indefinición de ETA no sea preludio de ninguna nueva frustración. Es una cuestión de dignidad nacional. Se lo debemos a todos los que en épocas difíciles nos legaron el testigo de Lauaxeta: "dena eman behar zaio maite den askatasunari". Por todos aquellos, por nosotros y por todos los que nos sucederán.
Venimos de lejos, queremos seguir siendo amablemente en el marco de la UE. Tenemos derecho y legitimidad para decidir, pactar y negociar lo que queremos ser en el concierto internacional. Asumimos el doble reto de la globalización y de la reafirmación de nuestra identidad vasca. En democracia, en paz, con urnas y votos, sin muertos ni asesinos. ¿Por fin?