Opinión
01Septiembre
2010
01 |
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"¿Por fin?" José Manuel Bujanda Arizmendi

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Septiembre 01 | 2010 |
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La denominación de Euskal Herria como ente diferenciado, como nación que diríamos hoy, era ya una realidad en el siglo XVI en la pluma del escritor Joannes Leizarraga, en boca de la reina de Navarra Joanna de Albret, en el primer libro en euskera "Linguae Vasconum Primitiae" del Bajo-Navarro Bernart Etxepare en el que habla del euskera como "lengua propia del conjunto de todos los vascos", era realidad en el siglo XVII, en Axular de Lapurdi autor del "Gero" en el que afirmaba que Euskal Herria lo componen siete territorios. La nación "vascongada" estaba en las reflexiones de Manuel Larramendi muerto todo un siglo antes del nacimiento de Sabino Arana. Tenemos pues un largo recorrido reflejo y consecuencia de una voluntad mantenida de querer ser y de continuar siendo.

Hoy en esta Euskadi del siglo XXI quisiera acercarme a la ventana de mis querencias y observar la foto-fija de una tierra vasca en Paz, sin miedos, sin muertos, sin amenazas ni víctimas. Un País normal donde se aceptara con naturalidad tanto que el nacionalismo vasco responde a la voluntad de amplias capas de la sociedad vasca como que existen ciudadanos vascos que se sienten sobre todo españoles. Me gustaría contemplar complacido que no existe problema alguno en entender que haya percepciones y voluntades jurídicos-políticos diferentes sobre cuestiones tan enredadas históricamente entre "lo vasco" y "la España Constitucional". Quisiera ver cumplido el sueño de la desaparición también del bochornoso tratamiento mediático que a menudo se le ha aplicado al nacionalismo vasco mezclándolo perversamente con la ambigüedad ante la violencia y lo retrógrado ante el progreso de la historia.

 

Bien, pero hay un previo y una realidad gris más inmediata. La Paz no ha llegado a Euskadi. La violencia política de la mano de ETA(m), muerto ya Franco, es decir desde la transición política de la dictadura a los albores de la democracia, ha sido largamente la excusa aducida por muchos agentes fácticos del Estado para rehuir y rechazar las legítimas reivindicaciones democrática del nacionalismo vasco, o cuando al menos para dificultarlas en extremo. El accionar de ETA en democracia  manchaba y prostituía en grado sumo el mero hecho de plantear dichas cuestiones con una mínima naturalidad y normalidad. La persistencia, absurda a todas luces, de la violencia política torpedeaba inmisericorde las reivindicaciones políticas del nacionalismo vasco. Es más y peor, trabajar por la construcción de un escenario para la paz  parecería estar en contradicción con el derecho a decidir de los vascos y dotarse de un marco soberano propio o compartido, en todo o en parte, con otros. La defensa de la vida, la lucha contra el terrorismo, no aceptar que la violencia y el matonismo condicionase el debate político, liderar con determinación la lucha a favor de la normalización, contestar contundente y democráticamente al fanatismo violento, parecería totalmente  contradictorio con el ejercicio del derecho de los vascos a ir construyendo nación vasca. Su nación.

 

La lucha contra la amenaza y la extorsión parecería contradictoria con la aspiración mayoritaria de la sociedad vasca de lograr las máximas cotas de autogobierno. Realmente complicado. Pero ciertamente, ETA, y los que de alguna manera u otra estaban con ella, no tenían derecho alguno para impedir pasar página en la historia de Euskadi, ni para crear un estado de excepción de las ideas. En cambio, objetivamente, sí han facilitado someternos a una censura ideológica, incluso dialéctica, en el calendario de las aspiraciones nacionales vascas. Las pistolas, las bombas y los silencios cómplices han sido razón y tapadera, obstáculo real para que el nacionalismo democrático pudiera haber desplegado todo su potencial ideológico y democrático, legítimo y pacífico al desnudo.

La sombra enfangante de la violencia, con la vergüenza de la amenaza y con la chulería de un matonismo sectario e impropio de la Euskadi del siglo XXI se ha convertido en la perfecta excusa quintacolumnista del nacionalismo centralista más  sectario y rancio español. Ciertamente, la violencia política sobraba desde hace décadas, era, y es,  un auténtico insulto al sentido común, a la inteligencia de las personas, un baldón para el  progreso de Euskadi, un obstáculo a la salida de un contencioso que le precedía (y que le seguirá) y que lo ha criminalizado hasta extremos realmente crueles. Bien, pero esa paz tan deseada y necesaria, en Euskadi también debe ser posible. Y este reto que hoy nos apremia no es sencillo, requiere sobre todo férrea determinación de querer dejar un futuro mejor a las generaciones futuras de vascos. Estamos abocados, quiero creer, a mirar a un futuro sin ETA, un futuro en paz, un futuro sin partidos ilegalizados, acatando y respetando todos el único juego político posible, el democrático, fundamentado en la voluntad de las mayorías y en el respeto a las minorías.

 

Este proceso, la búsqueda de la paz y de la normalización consiguiente en Euskadi, debe contemplar un histórico y vigoroso esfuerzo de reconocimiento, encuentro y solidaridad con todas las víctimas de todas las violencias. Demanda reconciliación mutua como garantía de futuro, sin excluidos, todos son invitados independientemente de sus diferentes convicciones políticas, ideológicas o identidades nacionales. La paz exige la disolución y desaparición de ETA con las fórmulas que se quiera, es un deseo mayoritario, deseado y reclamado por la sociedad vasca. Lo contrario, persistir en la violencia, es estéril e injusto, genera sufrimiento, conculca derechos fundamentales, desgarra la convivencia, solapa problemas, impide el tratamiento político de Euskadi al desnudo y obstaculiza el debate de su derecho a ser para decidir. La violencia política debe de concluir definitivamente como estrategia, inútil donde las haya, de resolución del conflicto vasco. Un futuro vasco sin violencia exige de igual modo, habilitar las mismas energías que se puedan concertar para expresar el rechazo radical a la violencia, como en hacer realidad la consecución de la paz. A pesar de la violencia pasada, del sectarismo partidista y por encima de los desánimos y desesperanzas, de los amagos de unos y de los engaños de otros. Tiempos de paz y de deseo, de ambición, anhelo y perspectiva. Temps de paix y de pasión, sueño, ansia y futuro. Peace time y de ganas, afán y esperanza. Bake garaiak de aspiración, ilusión y expectación.

 

Un cantante, hace ya años, compuso una canción añoradora de esperanza, hablaba de que le habían dicho que el amigo de un conocido sabía de buena tinta que se estaba abriendo una ventana a la esperanza: "Itxaropenari lehio bat ireki omen diote" algo así como ¿será cierto que han abierto una ventana a la esperanza? Ventana o puerta, pero que exista, y que se pueda abrir. Pero ciertamente el cese o alto el fuego unilateral, permanente y definitivo de ETA, completo, verificable y sin contrapartidas políticas, se resiste...y siguen pasando los meses desde que líderes internacionales, con Brian Currin, a la cabeza firmaron la Declaración de Bruselas y que "su" propia Izquierda Abertzale leyó en Pamplona. Que la todavía indefinición de ETA no sea preludio de ninguna nueva frustración!

 

Venimos de lejos y queremos solidariamente seguir siendo y continuar amablemente con otros, en el marco de una UE en fase de construcción. Afirmamos que tenemos derecho y legitimidad democrática para decidir, pactar y negociar lo que queremos ser en el concierto internacional en una doble dirección, la de la globalización y la de la reafirmación de nuestra identidad vasca. En democracia, con urnas y votos, sin violencias, ni amenazas, sin muertos ni asesinos. Es una cuestión de dignidad nacional. Se lo debemos a nuestros mayores, a todos los que en épocas vitalmente difíciles y extraordinariamente complicadas nos legaron la responsabilidad histórica y el solemne testigo de Lauaxeta: "dena eman behar zaio maite den askatasunari". Por todos aquellos, por todos nosotros y por  todos los que nos sucederán. ¿Por fin?  Hala bedi!

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