Opinión
20Febrero
2006
20 |
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Lo que decidamos los vascos

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Febrero 20 | 2006 |
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Supongamos que un día, después de una guerra nuclear, un historiador intergaláctico aterrizara en nuestro planeta muerto con el propósito de investigar la causa de la lejana y “pequeña” catástrofe que han registrado sus sensores de la galaxia, (Eric Hobsbawm en Naciones y Nacionalismos desde 1.780. Ed. Crítica Barcelona 1.990.) El historiador o historiadora -me abstengo de especular acerca de la reproducción fisiólogica extraterrestre- procede a consultar las bibliotecas y los archivos extraterrestres que se han conservado, toda vez que la tecnología del armamento nuclear avanzado se ha pensado para destruir a las personas en lugar de las propiedades. Nuestro observador/a, después de estudiar un poco, sacará la conclusión de que los dos últimos dos siglos de la historia humana del planeta Tierra son incomprensibles si no se entiende un poco el término “nación” y el vocabulario y las consecuencias que de él se derivaran. Este término parece expresar algo importante en los asuntos humanos. Pero, ¿exactamente qué?...ahí radica el misterio. Nuestro historiador/a leerá quizás a Walter Bagehot, que presentó la historia del siglo XIX como la historia de la “construcción de las naciones”. Creo así que gracias a la literatura de los últimos quince años sería posible dar al historiador/a intergaláctico/a en cuestión una breve lista de lecturas que le ayudarían -a él, a ella o a ello- con el análisis deseado y que de paso complementaría a la monografía “Nationalism: a trend report and bibliography” de A. D. Smith que contiene la mayoría de las referencias en este campo a esta fecha de hoy.
La historia fijó convencionalmente unos límites estatales que parecían definitivos y que se codificaron inmediatamente con el halo de lo que inevitable e indiscutible estaba preescrito desde el comienzo de los tiempos. Estas unidades estatales cumplían unas funciones que, tal vez incluso, fueron adecuadas a las exigencias de su momento. Cuando ya no está tan claro que las cumplan y han perdido su carácter sacro son al menos motivo de evaluación y reflexión; y ahora no sabemos a qué altura quedarnos. Hay formas de integración, es cierto, más extensas, que sin embargo respetan la personalidad de las unidades integradas, pero lo cierto es que no hay un marco indiscutible que sirva de modelo único para canalizar sin vacilación las aspiraciones de salvaguarda de la diversidad. Este momento histórico no nos propone un marco de referencia inequívoco hacia cuya realización podamos aspirar. Nos falta quizás, por el contrario, la propuesta histórica de un ámbito virtual de convivencia, que pueda convertirse en un valor socialmente vigente en un contexto de intensa actividad coordinadora supraestatal, capaz de afrontar las nuevas exigencias derivadas de la inusitada intensificación de la comunicación entre los seres humanos, con el consiguiente empequeñecimiento del mundo.
 
Tal vez se trate de que la Historia -pura dialéctica- quite ahora lo que dio antaño. O bien de que lo que es una creación artificial puede perecer cuando cambian las circunstancias que le dieron nacimiento. Porque lo histórico igual que lo efímero, aunque a veces por eso de lo cotidiano nos lo llegemos a creer, no es eterno ni permanente. Cuando el devenir de la Historia camina por la vía de constituir ámbitos económicos por encima del estado, la pretensión del nacionalismo supone potencialmente generar unidades políticas por debajo de la gran unidad del estado. Y Obviamente hay poca experiencia de la funcionalidad de esa falta de coincidencia, de ajuste entre las esferas políticas y económicas. Se trata de propugnar otros espacios más reducidos para el funcionamiento real y más auténtico de la democracia. Mientras hay personas que diciendo entender del tema -no hay más que oírles en las tertulias radiofónicas- afirman excátedra y sin el más mínimo pudor ni vacilación que en el fondo lo único que late en la disección intelectual y política entre el estado y la nación es sencilla y llanamente un discurso reaccionario, un sentimiento caduco y aldeano de boina ajustada y rabito menudo, de folklóricos y rancios factores genéticos y sanguíneos, de bucólicas añoranzas y de idílicos caseríos, de tamaños de nariz, y/o de canción en coro parroquial o rural levantamiento de piedra de fin de semana. Y se quedan -tan listos ellos- así de panchos. Pero realmente es ésta la cuestión: ¿dentro de qué ámbito vamos a considerar la democracia para ser verdaderamente tal?, ¿la suerte de Euskadi, el futuro de Euskal Herria se decide en un plebiscito de ámbito vasco, o por el contrario uno de alcance español determina la suerte de la nación vasca?. Decidir y no imponer, pactar y tener derecho, no vetar y negociar, ser nosotros sin rechazar al vecino, labrar el futuro y ser solidarios serán conceptos a declinar armoniosamente y conjugar con grandes dosis de tiento, separando la coyuntura y lo puntual de los principios y de los objetivos.
 
Creo que somos bastantes los que tenemos la esperanza de que la evolución democrática de la Historia política de las soberanías nacionales vaya en el futuro próximo por caminos más fraternos y solidarios de reajuste, adecuación y superación propia. También en lo que concierne a este solar vasco, y a todas las personas, que pensemos lo que pensemos, lo habitamos. Sin ira, y sin tutelas, con libertad y capacidad real para decidir, y ejecutar, democráticamente como vascos nuestro derecho a configurar nuestro futuro político. El que sea. El que decidamos mayoritaria y democráticamente entre una gran mayoría. Hablando, dialogando, razonando y buscando el máximo consenso posible. Posible digo y no total, visto lo visto de la rancia derecha española de charanga y pandereta, que diría aquel, que no está por cierto muy por la labor que digamos... Se trata de recoger la cosecha, una cosecha en la que ciertamente va mezclada el trigo, la paja y la cizaña, problemas sin resolver, aciertos y errores...como todas las cosechas. Se trata de recoger en el mayor “auzolan” posible una cosecha colectiva, sembrada con una voluntad férrea de querer como ciudadanos vascos ser sujetos libres y protagonistas de la Historia de nuestro Pueblo. De la presente y de la futura. Una cosecha que proyecte solidariamente a la nación vasca -Euskal Herria- y a su proyecto político -Euskadi- al concierto internacional europeo y mundial de pueblos, naciones y estados en estricta, democrática y legítima igualdad de condiciones con todos aquellos vecinos y vecinas, que por supuesto, nos quisieran acompañar.
 
Sería un bonito colofón para ese historiador/a extraterrestre que volviera a su habitáculo sideral ya que podría decidir, aunque fuera en parámetros intergalácticos, que los habitantes de ese pequeño trozo de territorio llamado Euskadi ubicados en ese minúsculo planeta llamado Tierra, poseen la suficiente inteligencia para diagnosticar certeramente, que tienen el orgullo, el derecho y la voluntad para decidir su futuro, sentido común para fotografiar el contexto y los perfiles del momento y cordura política para razonar, dialogar, pactar y negociar, y que aunque sea a veces, la suelen utilizar. Quizás entonces el alienígena intelectual entienda algo de lo que pueda significar para los terrícolas poseer el sentimiento de pertenencia a una nación. Quizás entonces intuya, y sea capaz de explicar a los suyos/as, cuando vuelva a su lejano hogar, la importancia de lo que significa la Nación en el transcurrir de la Historia Humana.

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