En ese 3 diciembre pasado y sin perder de vista el reto de intentar articular una relación amable entre el Estado y las naciones que lo configuran, los mencionados partidos nacionalistas han decidido también impulsar la Fundación Galeuscat como marco estable de relación entre los ámbitos de pensamiento, generación de ideas y de estrategia política de los partidos integrantes de Galeusca por un lado, y por otro, como plataforma de difusión de proyectos y promoción del diálogo con la sociedad española. Lo cierto es que han pasado muchos años, ya veintisiete, desde que la Constitución española está en vigor. La Constitución, últimamente tan mentada por unos y otros, adolece de una tarea todavía pendiente, sin resolver satisfactoriamente, cual es la articulación territorial y política del Estado español como un Estado plurinacional y el reconocimiento correspondiente de las especificidades y las identidades jurídico-políticas, culturales y lingüísticas de Galiza, Euskadi y Catalunya. A lo largo de estos años, demasiadas veces lamentablemente, los diferentes gobiernos centrales del PSOE y del PP en vez de tratar de difundir con la naturalidad requerida entre la ciudadanía española, la cultura de la plurinacionalidad, de la pluriculturalidad y del plurilingüismo y avanzar así realmente en la cohesión social y política, han mostrado una actitud de rancia insensibilidad hacia las realidades nacionales diferenciadas gallega, vasca y catalana. La victoria electoral del PSOE trastocó espectacularmente -incluso inesperadamente- el panorama político en España, abrió -por qué no reconocerlo- nuevas y casi olvidadas expectativas, máxime después de haber tenido que soportar ocho años el antipático autoritarismo gubernamental y las preocupantes y muy tristes, democráticamente hablando, políticas involucionistas a todos los niveles de mano del PP y de su presidente Sr. Aznar. Ciertamente la victoria socialista generó nuevas expectativas que se extendían como una mancha de aceite al conjunto del ámbito político, a la recuperación de la capacidad de hablar y escucharse entre partidos, instituciones y diferentes agentes sociales. El cambio de inquilino en la Moncloa permitió poder vislumbrar tímidamente un esperanzador impulso a los tan necesarios, y hasta entonces denostados, acuerdos, consensos, diálogos e incluso a una posible negociación que trajera, como producto final, un gran acuerdo de Estado. En definitiva, una actitud más acorde con la importancia de los retos reales y pendientes. Hasta hoy.
El Proyecto del Nuevo Estatuto para la Comunidad de Euskadi, conocido como el Plan Ibarretxe y el, "non nato" todavía a día de hoy, Proyecto del Nuevo Estatuto de Catalunya, parecían, aunque a trancas y a barrancas, actores de peso suficiente que conseguirían abrir inexorablemente paso a la ilusión de percibir otra España posible, paso a la expectativa de otro tipo de configuración territorial viable para el Estado. Ambos dos proyectos parecían hacer verosímil el acariciar una segunda transición política que culminara la de la finales de los setenta, sobre todo para las comunidades autonómicas llamadas históricas y para sus democráticas y legítimas reivindicaciones nacionales de mayores cotas de seguridad político-jurídica para sus anhelos de superiores autogobiernos respectivos. En este sentido, las naciones históricas ofrecían, y ofrecen, una gran oportunidad histórica, una auténtica piedra política de toque para demostrar que lo anterior dicho y deseado era, y es, posible de la mano del nuevo talante y de las nuevas maneras manifestadas reiteradamente por el actual Presidente de Gobierno Sr. Rodríguez Zapatero. Galeusca en aquel contexto proponía, y propone, un proyecto para construir realmente un Estado plurinacional moderno y respetuoso con las realidades nacionales e históricas que componían, y componen el Estado español. Galeusca, consciente y a pesar de las previstas dificultades lo proponía, y lo propone, como opción de futuro oxigenado y diferenciado, como idea audaz y producto alternativo, frente a la concepción de una España unitarista, uniformizante y centralistaLas expectativas creadas por el revolcón electoral del 14 de marzo de 2004 resultaban necesarias y fundamentales, entre otras cuestiones, para "colocarse" debidamente ante una Europa en proceso de construcción económica, social y política. Una UE que supone -cuestión no baladí para nosotros, nacionalistas vascos- una redistribución del poder político entre sus diferentes niveles y el reconocimientos de las realidades lingüísticas, culturales y nacionales que conviven en su seno. Hoy, nunca es tarde, se hace necesario establecer cauces de diálogo con los agentes políticos y sociales españoles para que se sientan partícipes de una nueva cultura política acorde con una abierta comprensión del Estado y promover así una concienciación colectiva que refuerce la idea de su plurinacionalidad.
Hoy, después del portazo del Congreso a la decisión del Parlamento Vasco, es necesario, y sobre todo después del endiablado panorama postelectoral vasco resultante de las elecciones del 17 de abril, y quizás por ello es más preciso que nunca, difundir en los foros que tengamos acceso las propuestas, las ideas, las razones e iniciativas de Galeusca. Y ello en defensa de la enriquecedora pluralidad nacional, cultural y lingüística y de su reconocimiento como elemento de verdadera cohesión y de integración social, y lograr así una convivencia amable, positiva y creativa entre las diferentes identidades y sentimientos nacionales. Corren tiempos de persuasión y consenso, no de fronteras, sí de tenacidad, no de imposición. Horas de trenzar las condiciones y de hilar los mimbres para avanzar hacia un nuevo modelo de Estado que reconozca honestamente las realidades nacionales de Galiza, Euskadi y Catalunya. Tiempo de mejorar lo presente, avanzar, resituarnos políticamente y negociar, corazón caliente y cabeza muy muy fría, profundizando al máximo el consenso político y social.