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26Noviembre
2004
26 |
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Recias, marciales, nuevas escuadras van

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Noviembre 26 | 2004 |
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Koldo Sansebastian

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Deia


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Nadie duda que vivimos un curioso intento por reescribir la historia reciente. A la derecha de siempre no le gusta, porque no es de gusto. En su empeño cuenta con la ayuda de una pequeña legión de conversos procedentes de izquierdas diversas: desde el PCE, pasando por los GRAPO o ETA. Pero, también algunos elementos de la izquierda proclamada han entrado en este juego. El más reciente ejemplo: José Bono pone a desfilar a un nazi de la División Azul (digo nazi, porque los componentes de esta unidad, en su mayoría falangistas, como el padre de Bono, debían jurar lealtad al Führer) con el resto de fuerzas el Día de ¿la Raza?
Hay una variante vasca en todo esto, generalmente escudada en la acción de ETA. José Manuel Azcona, autor de una ‘‘Historia general de la Villa de Ermua’’, financiada y patrocinada por su Ayuntamiento, obvia datos sobre los gobiernos municipales en todo el período republicano (en los que gobierna el PNV). Se olvida de la represión de los últimos años de la dictadura (1974-1977) con secuestros incluidos y, en el texto, se deslizan ‘‘pequeñas’’ mentiras y se queda tan ancho. Según Azcona (p. 519), D. Domingo San Sebastián Lapeyra (no ‘‘Laperia’’) fue ascendido por los franquistas. Don Domingo, mi tío, no sólo no fue ascendido, sino que cuando entraron las tropas de la IV Bandera de Navarra, mi tío desde el púlpito recordó el Evangelio, habló de perdón, de fraternidad, de amor. Al bajar del púlpito, le esperaban dos hombres que ni le dejaron acabar la Misa. Encerrado en la cárcel del Carmelo de Bilbao, un fiscal militar le pidió dos condenas a muerte. Fue desterrado a Avilés (Asturias) compartiendo destino con otros curas vascos como don Eugenio Larrañaga, de El Gallo (Galdakao), los hermanos Oar-Arteta, de Ajangiz, don Francisco Garrogerrikaetxebarria, creo que de Elorrio, entre otros. Su obispo allá fue el navarro monseñor Arce Otxotorena a quien le importaba más que sus sacerdotes hablasen del Evangelio y practicasen la caridad y no tanto que no hablasen de España (el ‘‘desterrador’’ monseñor Laucirica había acuñado aquello ‘‘hablando de España, se habla de Dios’’). Los curas vascos nacionalistas se volcaron con la familias más necesitadas, con los perseguidos, con los presos (muchos de ellos correligionarios del señor Totorica, patrocinador del engendro historiográfico), con los inmigrantes que llegaban a construir Ensidesa (a quienes se les llamaba despectivamente ‘‘coreanos’’), con los gitanos que vivían hacinados en chabolas.

Sobre los curas vascos, el in- efable Jon Juaristi no tiene inconveniente en dar su particular vuelta de tuerca a la manipulación en su ‘‘La tribu atribulada’’.

Juaristi considera, por ejemplo, que, en los días del franquismo, Jaime Larrínaga ‘‘no hablaba desde el púlpito del avasallamiento del euskera’’, que sería la ‘‘soplapollez’’ a la que se dedicarían los curas vascos (no necesariamente nacionalistas) antifranquistas. Lo curioso es que el hoy asesor de Esperanza Aguirre sabe que muchos de esos curas vascos denunciaban la violación sistemática de los derechos humanos, las torturas generalizadas. Hay casos muy conocidos, como el de don Nemesio Etxaniz. En 1975, la policía política franquista detuvo en Santutxu a un sacerdote y le metió una barra por el ano, perforándole el esfínter. Larrínaga, a quien Juaristi cita expresamente, fue de aquellos curas que, entonces, miraba para otro lado incluso cuando alguno de los detenidos era de su cuadrilla (de su propio grupo de amigos de Igorre). ‘‘Soplapolleces’’, según Juaristi.

Papel protagonista en la ‘‘Historia General de Ermua’’ tiene otro cura, don Teodoro Zuazua, uno de aquellos requetés que llegó a párroco de Ermua tras la ‘‘limpieza étnico-política’’ de los franquistas. Dice Juaristi, refiriéndose a Zuazua. ‘‘En su evocación de aquellos años (los 60) había un deje de amargura. Algunos compañeros nacionalistas, decía, le reprochaban su dedicación a los inmigrantes. Jamás los nacionalistas han actuado de otra forma’’. Y se queda tan ancho. ¡Qué asco! Los curas nacionalistas de Ermua, como don Críspulo Salaverria, el párroco, o don Domingo San Sebastián, el ‘‘ascendido’’, se dedicaron a salvar vidas de significados carlistas del pueblo. No es de extrañar que algunos de ellos se presentasen ante el tribunal donde juzgaban a mi tío intercediendo por él, lo que, seguramente, salvó su vida.

Según Juaristi, el franquista don Teodoro hizo casas para los inmigrantes, algo que los nacionalistas jamás habrían hecho. Y uno recuerda a don Iñaki Aspiazu que trabajó durante tantos años entre los más desfavorecidos de las cárceles de Argentina, a don Tiburcio Izpizua, a don Ramón Ertze, un intelectual de primera fila, o don Joseba Urresti que ayudó a escapar a no pocos judíos, pero ¿qué sabrá Jon Ben (‘‘hijo de’’) Antón?. ¿Qué les podía importar a Larrínaga o Zuazua la tragedia de sus hermanos sacerdotes? Mientras algunos eran desterrados, encarcelados, fusilados o torturados, don Teodoro hacía casas sociales. La labor de don Serafín Esnaola o de don Joseba Beobide con los inmigrantes de Pasaia no merece la más mínima consideración.

Al final, nos encontramos con que la guerra civil es producto de ‘‘un estallido’’ (‘‘Historia general de Ermua’’) consecuencia del intento revolucionario de 1934, mientras que los franquistas muertos por ETA entre 1968 y 1977, según la doctrina de plataformas, tienen la misma consideración ideológica que los asesinados a partir de 1978. Se confunden, deliberadamente, fechas y años para que los franquistas parezcan demócratas y las ideas de los primeros legítimas. Se pasa sobre ascuas sobre la represión que se prolonga hasta 1977 y que caracteriza como terroristas al régimen y sus estructuras: desde los jefes locales del Movimiento que, en 1975, participan en la oleada represiva del ‘‘estado de excepción’’ hasta los ‘‘grises’’ o los miembros de la policía política (que, por cierto, no se disolvió hasta marzo de 1977).

Bono hizo desfilar a un nazi que se fue a Rusia a ‘‘matar comunistas’’ (ancianos, mujeres ­algunas fueron violadas por los hombres de Muñoz Grandes y Esteban Infantes­ y niños) junto a un integrante del Ejército francés que luchó para liberar al país que le había acogido de la ocupación nazi. Se trataba de ‘‘reconciliar’’. Hubiese tenido más sentido que, junto al viejo nazi, hubiese desfilado con algún veterano del Ejército rojo de origen español, que haberlos, haylos.

Lo curioso de la situación creada es que algunos de quienes alimentaron el monstruo (como la doctora Vizcarrondo), ahora se muestran preocupados por tanta manipulación.

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