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2005
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Permíteme, lehendakari

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Otsaila 06 | 2005 |
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Jose Manuel Bujanda Arizmendi

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El Diario Vasco


Soy de los que piensa que no solamente, aunque también, el temor al ruido de sables fue la causa fundamental para el abandono de la idea de la «ruptura democrática» con la dictadura franquista y su sustitución por una «reforma pactada». Así, gracias a lo que allá a finales de los setenta ha venido por conocerse como la «transición política» del anterior régimen a la democracia, la reforma pactada se convirtió en coartada de la autotransformación del franquismo, de sus protagonistas, de sus beneficiarios y de casi la totalidad de la estructura de poder de la dictadura a una nueva legitimidad, compartiendo así la paternidad -o maternidad- de la democracia. A partir de ahí en gran medida se cancela la resistencia al franquismo, disuelta en una transición que concede a todos, franquistas y antifranquistas, verdugos y víctimas el mismo estatus de autores del cambio. Esta obligada entente funcionó como el mecanismo más apropiado para la confirmación y continuidad de gran parte de la estructura social del franquismo: grupos económicos, grandes familias, cúspides del estamento profesional, cuadros superiores de la Administración, estamentos judiciales, mandos policiales, el propio ejército, mandarinato académico etc. Durante largos años, España durmió bajo los efectos de poderosos somníferos y el paso de la democracia no consiguió terminar del todo con esa realidad comatosa. El sepultamiento de la memoria política durante la transición se tradujo en la banalización del franquismo. La generalización cada vez más extendida de parecidas tesis es lo que puede justificar que casi treinta años después de la muerte del dictador su nombre, los de sus generales y el del fundador de la Falange figuren aún en numerosas plazas y calles, amén de pórticos de iglesias, catedrales y conventos varios.

Puede ser la explicación también a que aún no sea del todo posible plantear con naturalidad, y menos aún cuestionar con la necesaria normalidad, cuestiones «delicadas» que aborden temas como la territorialidad, la estructura de España y su carácter plurinacional, sin levantar por doquier escándalos varios y zozobras mediáticas. Pues bien, a cada uno lo suyo. El 5 de marzo de 1949, a diez años de finalización de la guerra civil, en plena dictadura y por lo tanto en la más plena de las oscuridades en cuanto a Derechos fundamentales y Libertades públicas se refiere, el EBB del PNV emitió una Declaración política, de la cual, el que esto subscribe, ha entresacado a modo de ejemplo uno de los párrafos más significativos:....«el Partido Nacionalista Vasco proclama el derecho del Pueblo Vasco a expresar libremente su voluntad y a que su decisión sea considerada como la única fuente jurídica de su estatus político. Lo que entraña el deber correlativo de respetar esa voluntad...». Dicho y escrito hace 56 años.

Dicho esto, y llegados a donde hemos llegado, ¿Qué razón objetiva existe hoy en día en la política española para cuestionar la legitimidad de los objetivos políticos del PNV y tildarlo de sospechoso en cuanto a su ser democrático, desleal con una Constitución que no aprobó pero sí acata, ambiguo en cuanto a la violencia política y sectario?, ¿A santo de qué negarle el pan de su historia democrática profundamente antifascista y declaradamente pro europeísta, y la sal de su legitimidad ideológica?, ¿Por qué cuestionar por activa o pasiva su derecho a ser nacionalista, propugnar la existencia de la nación vasca y reivindicar que el futuro de los vascos depende únicamente de su voluntad? ¿Por qué proponer como condiciones «saludables» al diálogo dejaciones programáticas fundamentales que suponen la rendición ideológica del PNV a cambio de permitirle acudir a tomar café al salón? Y, mientras, haciendo gala de un partidismo imposible de manipular se buscan impúdicamente disidentes nacionalistas como los mejores aliados y reclamo en la futura contienda electoral para el Parlamento Vasco. Contienda electoral que por cierto se presume clave para el futuro político de Euskadi.

 

Los gobierno del PSOE y del PP violentaron unilateral y flagrantemente el Pacto que fue el Estatuto de Autonomía de Gernika. No quisieron negociar a lo largo de los últimos años en la Comisión Institucional del Parlamento Vasco la propuesta del Gobierno Vasco de un Nuevo Estatuto Político de la Comunidad de Euskadi. Acortaron todos los plazos posibles para que el Plan Ibarretxe fuese tratado en el Congreso de Diputados para quitárselo cuanto antes de encima. Le negaron el pan y la sal a la decisión tomada por el Parlamento Vasco por mayoría absoluta. Se negaron a entablar negociaciones previas al Pleno del 1 de febrero. Han tergiversado sistemáticamente el contenido del Nuevo Estatuto. Han faltado a la verdad demasiadas veces, lo han mezclado bastardamente con ETA, que por cierto, hoy más que nunca sobra y estorba. El lehendakari de todos los vascos ha sido ridiculizado, insultado y se han dicho de él auténticas barbaridades, mentiras y calumnias. El debate en el Congreso ha constatado un profundo desencuentro político e institucional, una abismal distancia ideológica entre algunos de los actores. Llegados a este punto, no es fácil saber qué nos deparará el futuro político próximo a los que sí creemos que sí existe el Pueblo Vasco y que Euskadi, nación de los vascos, tiene derecho a dibujar democráticamente su presente y su futuro. Y seguiremos apelando a la democracia, porque los límites de los ámbitos de decisión vasco y español, la concepción de la España plurinacional y la identidad territorial se colocan en el nudo gordiano de la sima ideológica de los desencuentros.

Es un auténtico dislate pensar, aunque algunos así lo han manifestado, que aquí se acaba definitivamente esta pesada historia del llamado Plan Ibarretxe. Error. Uno más. Porque intentar dejar de lado al nacionalismo vasco y amagar con viejas recetas probadamente caducas, es reiterarse y tropezar de nuevo en el error histórico, es empecinarse en lo imposible. Intentar neutralizar al nacionalismo democrático vasco negando a Euskadi su derecho a decidir su presente y su futuro es vana ilusión, es enredarse a lanzazos quijotescos contra el viento. Porque, ¿Alguien cree realmente poder resolver el conflicto vasco con el Estado y plantear reconducir su manifiesto desencaje institucional en el entramado constitucional del Estado, ignorando la voz de la ciudadanía vasca y dejando caer en saco roto la decisión de su Parlamento? ¿Pues, va a ser que no! Y algo debe de quedar claro una vez más, aquí hay un conflicto político de calado sin resolver. Y se puede resolver. Ciertos buenos tonos utilizados en el Congreso, y que por cierto se agradecen, así lo confirman. El respeto a la voluntad de la ciudadanía vasca y a la de su Parlamento es una asignatura pendiente. Los vascos y vascas, creemos en el diálogo, tenemos derecho a decidir y la necesidad de pactar.

Permíteme lehendakari, sí al paso de buey y mirada lejana, sí a la mano tendida, a la flexibilidad y al consenso, sí a la negociación y a la astucia del pequeño en su lid con el grande, como aquel «Asmoz eta Jakitez», sí al constitucionalismo útil, pero, ni un paso atrás. El 1 de febrero al atardecer, al verte y escucharte en el Congreso de Diputados, cientos de miles de vascos y vascas nos hemos sentido emocionadamente orgullosos de serlo, de ser nacionalistas, de nuestra milenaria historia, de nuestra lengua y sobre todo de nuestra firme determinación de seguir siendo, y de que tú, Juan José Ibarretxe seas nuestro lehendakari. La Historia nos contempla, la pasada con los Agirre, Irujo, Landaburu, Ajuriagerra, etc y la futura, la de nuestros hijos/as. En fin, sé, estoy convencido que, contigo al frente, estaremos serenamente a la altura de las circunstancias por complicadas que nos vengan dadas. El inmovilismo, cual auténtico obstáculo, no podrá con la Historia que solidariamente escribiremos.

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