Opinión
30Abril
2005
30 |
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Fachas y fechas de ayer y hoy

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Abril 30 | 2005 |
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Jose Manuel Castells

Opinión

El Diario Vasco


Recientemente expresaba públicamente mi personal solidaridad con María Antonia Iglesias, compañera de tertulia en Radio Euskadi, vilmente agredida en Madrid y en compañía de Santiago Carrillo, Santos Juliá y otros próceres, por un grupo de fachas. Me recordó tal acción lo sucedido hace ya 40 largos años y en un próximo aniversario, el 1 de mayo de 1965, teniendo como escenario el Boulevard de esta ciudad de Donostia-San Sebastián. Es cierto que recuerdos de la historia local, meros recuerdos son y sin más pretensiones; pero al menos me permitirán que al rememorar esa fecha, ciertamente no inserta en los anales de la historia, ajuste determinadas cuentas con quien mandaba en aquellos aaciagos momentos, y también con quien tanto ayer como hoy, ejecutaba con inusitada brutalidad las órdenes recibidas.

Es así que en aquel lejano 1 de mayo y mientras tenía lugar un concierto de la Banda Ciudad de San Sebastián en el todavía existente kiosko, un grupo de ciudadanos, superando un temor más que justificado - lo menciono por sentimiento personal-, se manifestaron en su aledaños celebrando así la festividad del 1 de mayo, o de San José Obrero como lo calificaban los franquistas. Eran los inicios de unas concentraciones, que se extendería en magnitud hasta el apogeo de las ocasionadas por la celebración del Consejo de Guerra de Burgos (diciembre de 1970); quiero indicar que había poco gente en aquellas primeras concentraciones, casi toda conocida entre sí, y con más miedo en el cuerpo de lo que las presentes generaciones puedan imaginarse; puesto que el riesgo era la intervención policial - absolutamente desmedida siempre, más los peligros de una detención y la posible sujeción a jurisdicciones como el Tribunal de orden público o la miliar, por supuesto.

La novedad de aquel 1 de mayo consistió en la irrupción contra los manifestantes, no de la fuerza armada, que actuó supletoriamente y recogiendo restos, sino de un grupo, cercano a la cincuentena, que saliendo del edificio de la organización sindical fascista, sito a la sazón en la calle Oquendo, y prestos de porras y es de suponer que de pistolas, exhibiendo una banderita española en la solapa, atacaron en grupo y con alevosía a los pretendientes de manifestantes. Entre estos, algunos fuimos golpeados por semejante banda, y otros lo pasaron peor, puesto que fueron detenidos por policías de paisanos o pertenecientes a la Policía Armada, pasando así a los calabozos que a tal efecto se habían instalado en los bajos de la Diputación provincial, cedidos graciosamente por dicha institución todavía de derecho común. Actuaba de mandamás, el gobernador civil Valencia-Remón, que sería procesado poco después por sus hazañas´ en dicho cargo. Tengo una multiplicidad de recuerdos de aquella fecha, casi todos en torno a elementos familiares. Desde una familiar directa que fue objeto de una especial ejercicio de sokatira, en el que las fuerzas del mal (un policía de la brigada político-social) tiraba de una de sus extremidades con malévolos fines y otro allegado estiraba de otra de dichas extremidades con fines esta vez liberales. Por una vez y sin que sirviera de precedente triunfaron los buenos.

También y en virtud de ´un contraste de pareceres´ con mi progenitor, tuve el deshonor de tener a un metro de distancia al famoso -tristemente- comisario Manzanas. La sensación de dentera y repugnancia todavía está en mi recordatorio de los hechos sumamente desagradables. Por cierto, de las garras de los esbirros no me salvó la gracia divina ni mis cortas piernas, sino un grupo de señoras (en el estricto sentido de la palabra), que en mi defensa se enfrentaron a los mamporreros. Mi siempre perenne agradecimiento a Matilde, María Asun, Celia, Maite, Juani .

Otro familiar directo fue detenido, tras comprobar que su presentación como vocal de la Junta de Gobierno del Colegio de Abogados era peor aval que la de un rabino ante los Jefes de las SS. Entre las docenas de detenidos concentrados en los bajos de nuestro palacio foral, se encontraba todo aquello que para los policías podían albergar alguna sospecha: desde el propietario de una pensión de la plaza de Guipúzcoa, pa-sando por una pareja de británicas con trazas de no entender nada de nada, hasta un hombre bajito, poseedor de una gran cámara fotográfica, que resultaría ser el fotógrafo oficial de los periódicos del Movimiento Nacional de la ciudad.

Ese familiar me relató que de improviso se oyó un ruido resonante con un acre intercambio de insultos de alta escuela. Por las escaleras apareció en solitario una persona más bien baja, más bien atlética y con un profundo bigote. Ante las aterradas miradas de los detenidos, y atisbando temor, el citado ciudadano se dirigió al grupo y aclaró: «Compañeros. Soy uno más». Se trataba de Joseba Elósegui, comandante de gudaris, que pocos años después se inmolaría ante Franco y otros más adelante recuperaría la ikurriña de un batallón vasco en el Museo del Ejército español. Pocas líneas para un personaje de excelencia. La vuelta a las raíces del régimen se produjo cuando un joven ataviado con pantalones con bombachos y calcetines rojos, tal vez por la propia fecha, tuvo la ocurrencia de dirigirse en vascuence a otro detenido. La reacción policial fue contundente y la paliza consiguiente, monumental. Cuentan que no por ello, el atrabiliario -en cuanto a sus prendas de vestir- bajó la mirada ante el sayón de turno. Muestra de dignidad en un tiempo de indignidades.

La prensa del día siguiente, por ejemplo, La Voz de España - «Por Dios, por España, por Franco»- relataba en una pequeña esquina de su página segunda, que ante la pretensión de romper la paz, por un grupo de rojos y separatistas, se había producido una «enérgica reacción ciudadana» (sic), que había acabado con la manifestación, produciéndose, eso sí, detenciones.

Bueno, algo propio de un tiempo y un país. El cuerpo me pide proporcionar nombres y apellidos de aquellos ´porristas´, que después de su hazaña no volvieron a aparecer como banda, salvo contra Setién y en la catedral. No lo haré por varias razones: algunas duermen el sueño no precisamente de los justos; otros se ha reciclado a los nuevos aires democráticos; y de otros no sé nada. Resta su conexión ideológica con los recientes agresores de Madrid, con la cobarde utilización del número y de las armas, con el amparo a un régimen y a una ideología que afortunadamente yacen en el basurero de la historia.

Amable lector, puestos a recordar, ¿te suena de algo un 14 de abril de 1968, día en que la ciudad de San Sebastián fue tomada por tierra, mar y aire? Si no te suena por edad o por otra razón, indaga. Al fin y al cabo, todavía no es historia, aunque la festividad y su celebración, demostraba que los tiempos estaban cambiando, al menos en la movilización popular y en la inmediata represión.

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