Iritzia
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"Al alba" Jose Manuel Bujanda

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Iraila 28 | 2010 |
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"Presiento que tras la noche vendrá la noche más larga, quiero que no me abandones, amor mío, al alba".  Luis Eduardo Aute

Desde el alba de su vida, el ser humano marcha, lucha, conquista, progresa y trabaja, ríe, se ilusiona, sufre y llora. Pelea, vive y muere, convive con contradicciones, virtudes y defectos. Tiene la capacidad de conocer. Es más, puede asumir en sí lo que haya y trasladarlo a esa forma de posesión que llamamos saber. Puede, aún más allá, interiorizar lo sabido mediante el sentimiento y la vida, y avanzar hasta lo que llamamos comprensión, donde se aclara la esencia de la cosa, se abre su sentido y el espíritu percibe la capacidad significativa de lo que es. El ser humano es capaz de tomar posición, enjuiciar lo pasado y lo presente, distinguir entre razón y sinrazón, libertad y tiranía, valor y cobardía, importancia y vanalidad. El ser humano habla, se comunica, posee la palabra, la capacidad de lo esencial que es la percepción por el conjunto, de la experiencia del sentido y del sentido de la experiencia. El ser humano tiene la capacidad de abarcar el todo con la mirada, establecer órdenes, volverse hacia sí mismo, estar en sí, penetrarse de sí mismo, dominar su mundo interior con lo que ha captado fuera, y dándose cuenta de ello, apropiárselo. Tiene memoria, lo recrea y lo transmite, es dueño de su silencio, de su quietud interior, de su viveza desprendida, de la profundidad de un compromiso, de lo indeleble de una imagen y de su propia confusión. Es dueño de su capacidad de reposar, y dueño de la frescura pasada, de su seguridad a veces aparente, de su creatividad tan intensa como la acción al límite. Dueño de una felicidad que lejos de alcanzarla satisfaciéndola de inmediato la requiere aplazada, porque no es posible disfrutar lo que se ve sino se tiene ni siente lo que se está viendo y viviendo.

 

Y cuando inevitablemente cambia la percepción del transcurrir del tiempo, cuando éste  ni vuelve ni tropieza y ya no se siente como algo interminable, sino escaso, y por eso se ensalza el vincularse al ritmo preciso de las cosas y a su latido natural me acuerdo de ti. No te olvido, no quiero olvidarte, quizá ni debo, ni mucho menos, puedo. Me acuerdo y no te olvido, Txiki, compañero y amigo muerto por la metralla fascista hace treinta y cinco años, al alba de un 27 de septiembre de 1975.

 

Al alba sí, al alba, que como dice la letra del cantautor, es cuando sangra la luna
al filo de su guadaña. Fusilado tiro a tiro por dedos  mercenarios que apretaron con cadencia los gatillos del crimen, mientras tú cantabas el Eusko Gudariak. Eran ya los estertores vengativos de la dictadura franquista. Últimos vómitos de sangre de aquel golpista asesino que vivió y murió matando. No fuiste el único, los verdugos de la luz y de la esperanza, los esbirros de la noche oscura, y también ante el paredón, acabaron con otras cuatro vidas, una de ellas la de otro vasco, Ángel Otaegi. Maldito baile de muertos!! Los que venían con hambre atrasada quisieron así, y se lo llegaran a creer, arrancar las raíces de la tierra y congelar el viento del mañana. Me acuerdo y no te olvido, Txiki, compañero de lucha y amigo, porque a pesar de todo lo que ha llovido no todo tiene valor de cambio mercantil. Creo que me entiendes. Y cuando la finitud inspira y provoca a esa vocación de vivir más intensamente lo que tenemos, y de pasar de tener una idea -y aferrarse a ella- a pasar a la imperiosa necesidad de tener que buscar la capacidad de relacionarlas, entonces, en ese momento, con el viento y al alba te deseo Txiki, en este bisoño otoño de este ya desflorado tercer milenio, que la tierra vasca donde yaces te siga siendo leve.

 

Hoy, 35 años más tarde, al alba, te recuerdo, agur Txiki, beti arte Jon Paredes Manot.

Al alba.

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