Iritzia
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2009
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Dignidad y solidaridad con las personas mayores

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Urria 01 | 2009 |
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SER mayor, ¿qué es ser mayor? Si me comparo con mis padres, no lo soy; si me comparo con mis hijos, sí lo soy. Ser mayor es una condición relativa que cambia con las culturas y los tiempos. Aquí y ahora, situamos el umbral al finalizar el tiempo establecido para la actividad laboral reglada, entre los 65 y los 70 años. Es una convención como cualquier otra, que tiene el valor que cada uno queramos darle, porque el ser y sentirse mayor depende de cada persona, de cómo se haya vivido, de cómo se envejece. La edad avanzada es una condición de la vida, un estadio por el que todos esperamos poder pasar, es un logro personal y social del que debemos estar orgullosos, un tiempo para vivir en plenitud. Pero, para muchas personas, es un tiempo de dificultades.

El día 1 de octubre celebramos el Día Internacional de las Personas Mayores. Pero es una celebración extraña: no estamos ante un triunfo que a todos nos une y alegra. Cada vez que estamos en un día internacional hablamos de derechos que no se respetan, de gente que sufre, de personas que son invisibilizadas por la sociedad del triunfo, de la competitividad, del individualismo. Éste es el objeto de los días internacionales, la memoria y la reivindicación, la lucha por los derechos.

En Bizkaia hay más de 220.000 personas mayores de 65 años, es decir, una de cada cinco; una realidad estadística que, de manera más o menos consciente, hemos elevado a la categoría de problema social. El lenguaje nos traiciona: la mayoría de las veces, al referirnos a las personas mayores, ponemos el énfasis en "el problema del envejecimiento". Y de allí pasamos con excesiva facilidad a considerar que las personas mayores son un problema. Nada más lejos de la realidad.

En esta sociedad vertiginosa en la que vivimos, el valor de la experiencia se ve paulatinamente desplazado por el valor que representa la capacidad de adaptación a los cambios. Estos cambios tecnológicos y culturales se producen a tal ritmo que a todos nos cuesta acomodarnos a ellos. La experiencia pierde valor frente a la innovación y las personas mayores corren el riesgo de verse discriminadas después de haber sobrevivido a mil dificultades y habernos enriquecido a todos con su trabajo.

Por ello, reivindicamos la necesidad de políticas públicas que tengan en cuenta esa realidad: políticas que promocionen un envejecimiento activo, que nos doten de los instrumentos que permitan a las personas mayores, estén o no en situaciones de dependencia, seguir perfectamente integradas en la sociedad, vivir con dignidad, participar, ejercer sus derechos, acceder a bienes materiales, culturales y tecnológicos, disfrutar del tiempo libre, etc.

Pero también es necesario una sociedad, una comunidad, que se desarrolle en valores como la solidaridad y la justicia. Tenemos que conseguir que no se haga realidad la frase de Gabriel García Márquez cuando decía que "el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad". La soledad es para muchas personas su mayor pesar, la gran enfermedad del siglo XXI. La cura es sencilla y barata: ni grandes inversiones en investigación ni en medicinas, la receta es el cariño, la compañía, el respeto, la dignidad, la participación. Sin embargo, no resulta fácil encontrar quien esté dispuesto a dispensarlas.

La Administración dedica enormes recursos sociales y sanitarios a las personas mayores, especialmente a las que se encuentran en situaciones de enfermedad o dependencia; pero todos estos recursos y servicios, en el mejor de los casos, sólo pueden llegar a ser complementarios de la familia, de la comunidad. Nunca podrán sustituirlos. Son la familia, el entorno social y el comunitario los que hacen posible que una persona mayor, especialmente si está en situación de dependencia, se sienta acompañada, integrada, querida. Hoy se paga desde la Administración que una hija cuide a su madre, ¿estamos ayudando a sobrellevar los gastos o simplemente le hemos puesto precio al cariño? El avance social demanda ayudas públicas para que las familias puedan realizar su función social, pero no nos puede conducir a una sociedad en la que no existe la solidaridad. Quiero reivindicar a las familias que cuidan a sus mayores, quiero reivindicar a aquel amigo que dejó su casa para, junto a su familia, irse a vivir a casa de su madre para cuidarla mejor. Quiero reivindicar a aquel otro amigo que todos los días va a visitar a su madre, a cuidarle, a devolverle parte del cariño recibido. Quiero reivindicar a aquella amiga que pidió una excedencia temporal porque su madre le necesitaba. Quiero reivindicar y celebrar la dignidad y la solidaridad con las personas mayores.

Las personas mayores son un valor en sí mismas, son sujetos de derechos, con dignidad que con demasiada frecuencia hay que reivindicar porque se les niega un derecho a la participación social, con su capacidad de decidir, de tomar decisiones de manera autónoma. Son personas que por cumplir años no dejan de ser ellos mismos, que tiene derecho a envejecer como han vivido. Ya unos siglos antes de Cristo, el filósofo y matemático griego Pitágoras de Samos decía que "una bella ancianidad es, ordinariamente, la recompensa de una bella vida". Envejecemos como hemos vivido, envejecer es un proceso que comienza en el mismo día que nacemos. Por eso, en Bizkaia, desde la Diputación Foral, vamos a seguir poniendo a disposición de nuestras personas mayores planes de envejecimiento activo, servicios que promuevan su participación social, que garanticen sus cuidados y su dignidad cuando no se valgan por sí mismas.

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