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El Diario Vasco

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Urtarrila 13 | 2008 |
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La hoja de ruta que fue el Pacto de Ajuria Enea guarda total vigencia

ALBERTO SURIO

José Antonio Ardanza recuerda el Pacto de Ajuria Enea firmado hace 20 años mientras contempla desde su despacho en el parque tecnológico de Zamudio una hermosa panorámica desde el ventanal. «Fue una gran hoja de ruta y su contenido mantiene plena vigencia de cara al futuro», asegura el promotor del acuerdo.

-Con la perspectiva del tiempo, ¿por qué fue posible el acuerdo de Ajuria Enea?

-De entrada diré que fue la experiencia que más me ha marcado en mi comprensión de la política vasca. En parte fue posible porque también fue producto de un contexto. Por un lado, una brutal ofensiva terrorista de ETA. Recordemos el atentado de Hipercor, en junio de 1987. Aquel bárbaro atentado terrorista envió un mensaje sobre la capacidad desestabilizadora del terrorismo. El Gobierno de Felipe González entendió el mensaje en esos términos y a mí el mismo presidente del Gobierno me hizo llegar a hacer ver que la situación, a seis años del intento de golpe de Estado del 23-F, era cuando menos bastante delicada. La división política en Euskadi era profunda. Recordemos la dicotomía entre la solución política preconizada por el nacionalismo y la policial por los no nacionalistas. Debajo de esa división latía otra de mayor calado que hacía referencia a la naturaleza misma de la violencia de ETA, es decir, a su relación con el conflicto político vasco. En septiembre de 1987, en el debate de política general, yo lancé una propuesta de diálogo para alcanzar un acuerdo sobre la solución y sobre la naturaleza del problema. Fue entonces cuando lancé la arriesgada afirmación de que al nacionalismo democrático lo separaba de ETA no sólo los medios sino también los fines.

-Meses antes se entrevistó con todos los partidos, incluso con HB...

-Así fue. A las rondas de conversaciones bilaterales con los diversos partidos que tuvieron lugar entre septiembre y diciembre asistió HB, hasta que decidió descolgarse de ellas con un portazo. En aquellas rondas las reticencias de los partidos no se superaron, pero tengo que decir que Euskadiko Ezkerra facilitó el proceso de una manera muy notable, con arrojo. La brutalidad del terrorismo precipitó el curso de los acontecimientos.

-Y usted convocó a los partidos a la Mesa...

-Las rondas bilaterales habían agotado ya todas sus virtualidades. No cabía sino arriesgar y convocar a todos los partidos a un plenario. Más de cincuenta horas de reuniones produjeron algo más que un texto acordado. Nunca en mi vida política he asistido a un intercambio tan sincero de argumentos. El terrorismo, lejos de vincularse al conflicto, se definió como «la expresión más dramática del fanatismo y de la intolerancia». Y aquello supuso la deslegitimación más radical que hasta entonces se había dado de la actividad de ETA. El Pacto sirvió para rebajar crispación en la política vasca y para que el terrorismo perdiera su capacidad desestabilizadora. En la segunda mitad de los años 90, los pilares del pacto -pacificación y normalización- comenzaron a tambalearse. Pienso que los partidos estatales nunca asumieron de verdad aquello de la normalización. Los gobiernos del PSOE no cumplieron el compromiso de desarrollo leal y pleno del Estatuto, lo dejaban al socaire de los vaivenes de la coyuntura, y el PP cuestionó el final dialogado al pedir el cumplimiento íntegro de las penas. Allí empezó a torcerse todo.

-Y entonces vino el plan Ardanza...

-Con el fin de salvar la crisis de la mesa y del acuerdo, constaté en una nueva ronda con los partidos la profundidad de las discrepancias. Habíamos vuelto a las posiciones pre-Ajuria Enea. No era cuestión de salvar in extremis las reuniones de la Mesa, sino de proceder a una auténtica refundación del pacto. De ahí vino lo que se ha conocido como el plan Ardanza y que era un documento de trabajo para el debate, pero no pasó la primera prueba. El PP no accedió a admitirlo siquiera a tramitación. El PSOE, muy debilitado en aquellos tiempos, se vio obligado a secundarle. El mismo Joaquín Almunia me dijo que «no podía dejar sólo al Gobierno de la Nación». En aquel momento, a las cuatro de la tarde del 17 de marzo de 1998, en la sobremesa, dejó de existir la Mesa de Ajuria Enea y quedó maltrecho el Pacto. Seis meses más tarde llegó Lizarra y todo lo que vino después.

-¿El Pacto de Ajuria Enea es una receta del pasado o tiene vigencia de cara al futuro?

-Tiene total vigencia de cara al futuro. Los problemas siguen siendo los mismos, la normalización y la pacificación. El acuerdo de Ajuria Enea fue una grandísima hoja de ruta que generó mucha ilusión y consenso, y no fue el nacionalismo el que la rompió. Lo mismo que el plan Ardanza. Así luego han ido rodando las cosas.

-¿Por qué cree que ese contenido del Pacto sigue vigente?

-Pienso que sigue teniendo futuro, tanto que cuando el Congreso autoriza las conversaciones con ETA en mayo de 2005 lo hace inspirándose en el texto literal del Pacto. Ahora bien, con respecto al punto diez del pacto, que permite un final dialogado si se dieran las condiciones, hoy soy más escéptico que en el año 2005.

-¿Por el fracaso del último proceso de paz?

-Por el resultado de los tres procesos, es lo que a mí me preocupa. Después de Ajuria Enea se producen las conversaciones de Argel. Aquello quiebra, pero no por los generales que están negociando en Argel, sino porque los coroneles y capitanes que están en Iparralde deciden volver a poner bombas. O sea, el problema de siempre. Llegamos al alto el fuego indefinido de mi última época, con el acuerdo de Lizarra de por medio, con un acuerdo entre nacionalistas. El acuerdo no se asume tampoco por unanimidad en la organización terrorista, sino por una mayoría amplia, aunque queda una minoría que al cabo de un año se convierte en mayoría y pretende ponerle al PNV condiciones políticas hasta que luego se rompe la tregua. Y así sucesivamente.

-Ha habido ya unos cuantos intentos, todos frustrados...

-Ha habido treguas a todas las bandas. La primera dirigida a Madrid, la segunda al PNV, la tercera oportunidad, con petición expresa del mundo de ETA de que al PNV no se le diera ni agua en este entierro. Pero al final luego nos tuvieron que llamar a Loiola porque aquéllo se iba a ir al carajo. Esta última ha sido cuanto más cerca hemos creído que estábamos de la solución. Y al final, como en los anteriores procesos, ETA se vuelve a echar para atrás.

-¿Y de plantearse un nuevo intento de final dialogado?

-Soy escéptico. De plantearse tendría que ser un cuarto proceso donde no cupieran las marchas atrás. Antes de empezar a hablar de nada habría que verificar que ese alto el fuego no tiene marcha atrás. Ese diálogo no puede estar sometido ya a ningún chantaje de vuelta atrás.

-¿Usted cree que el denominado 'derecho de decisión' puede servir para desactivar la máquina de la violencia?

-Yo creo que no. Llevamos muchos años rechazando desde esta sociedad la violencia. Eso ya lo sabe ETA. Pero ETA funciona siempre con el concepto revolucionario del pueblo, el pueblo es el que está conmigo, todos los demás están vendidos. La consulta puede ser un eslabón más en su visualización de deslegitimación.

-¿Ha sido ingenuo Zapatero en la gestión del proceso de paz?

-A veces he pensado que sí, pero tengo que pensar que no era un problema de ingenuidad. Zapatero pertenece a un partido que tiene ya muchas horas de vuelo en procesos con ETA. Otra cosa es que él creyese o no asesoramientos de sus propios compañeros o incluso de otros partidos.

-¿Se ha mezclado paz y política, como era la preocupación de Josu Jon Imaz?

-Formalmente se han separado esos planos, pero de facto sí se han mezclado, y va a ser muy difícil evitarlo. Porque formalmente las conversaciones con ETA las llevan unas determinadas personas, y luego en paralelo había unas conversaciones políticas entre Batasuna, PSE y luego PNV. De hecho, en esa mesa política se llega a alcanzar un acuerdo en octubre de 2006, incluso se está pensando que el 25 de octubre puede ser el día en el que se refrende ese acuerdo, según lo que piensan los propios de Batasuna. A última hora alguien piensa que esto ya no es suficiente. ¿Quién es el que está vinculando una pata de esa mesa con la otra? Desde luego no es el PSOE ni el PNV. Me imagino que alguien de esa otra mesa da la orden de que no es suficiente y que hay que dar más vueltas a la tuerca.

-¿Cree usted que el nacionalismo vasco entendió de verdad el contenido del Pacto de Ajuria Enea?

-Esa suele ser una cuestión que a mí me suele hacer gracia porque yo no había tenido conciencia de la misma hasta que había dejado de ser lehendakari, y entonces más de un periodista me ha venido diciendo que, el primero que tumba el Pacto de Ajuria Enea es el PNV, que no estaba de acuerdo con él, y que con el plan Ardanza pasó lo mismo. Cuando oigo esas teorías a posteriori no he sabido ya si reír o llorar... Porque, siendo como fue a veces bochornosa la deslealtad de los partidos de ámbito estatal con el acuerdo de Ajuria Enea, ¿qué fácil es echarle la culpa al otro! El acuerdo de Ajuria Enea fue uno de los elementos que sirvió para resolver incluso desde un punto de vista interesado el conflicto entre el PNV y EA, dándole un prestigio incuestionable al lehendakari. Pero, más aún, ¿quién ha defendido a capa y espada el acuerdo del Congreso que da luz verde al final dialogado de Ajuria Enea? El PNV.

-Habrá que seguir haciendo política a pesar de ETA...

-Nosotros hemos podido hacer política pese a que ETA exista, pero lo cierto es que nunca hemos logrado librarnos del condicionamiento que impone su existencia. El problema es cómo gestionamos ese condicionante.

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