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2006
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JOSU JON IMAZ
Nueva Economía eztabaida-lekua

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Azaroa 29 | 2006 |
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EUSKADI: LA BUSQUEDA DE LA PAZ
Buenos días a todos:

Quiero en primer lugar agradecer al Forum Europa la oportunidad que me brinda de compartir este coloquio con todos ustedes. Trataré en los próximos minutos de abordar una reflexión sobre el tiempo político que vive la sociedad vasca. Un tiempo de oportunidad, una ventana se ha abierto a la esperanza, un proceso en el que aspiramos a cerrar definitivamente la herida de la violencia en Euskadi. Pero, a su vez, un tiempo complejo. No exento de serias dificultades. De tensiones que deben ser superadas. Y en el que podemos contribuir a convertir en irreversible lo permanente.

Convencido también de que el momento de esperanza que vivimos en Euskadi abre una oportunidad para alcanzar de forma definitiva la paz tras tantos años de tragedia y sufrimiento. Convencido de que se abre también una oportunidad de alcanzar un acuerdo político integrador en Euskadi, que defina un acuerdo de convivencia entre vascos, y de los vascos con el Estado. Pero también desde la convicción de que la paz puede ser un motor de transformación para poner sobre el tapete debates sobre retos ocultos por la violencia que todo lo destruía y todo lo llenaba.

El gran reto es, indudablemente, el de la paz. Quiero subrayar que las expectativas de pacificación que ahora se abren son posibles porque, de hecho, la sociedad vasca y las instituciones democráticas han demostrado su fortaleza y superioridad frente a la violencia. No es la victoria de ETA. Es la victoria de los principios éticos, aun cuando queda, sin duda, un trabajo delicado por hacer. Aun cuando la complejidad del momento que vivimos nos lleva a alejar cualquier pensamiento cercano al triunfalismo.

Quiero subrayar que la visión que a continuación voy a exponer está exenta de cualquier frialdad en el análisis. Es un discurso que quiere dejar constancia del profundo error político y del daño moral que el terrorismo ha causado a tantas personas y a la causa nacional vasca, de su falta de legitimidad, su torpeza política, y su absoluta inmoralidad. Y es una reflexión que parte de un convencimiento. De que la pacificación no es sencillamente un alto el fuego. La pacificación no es tampoco una ausencia temporal de violencia. La pacificación exige para ser definitiva que, junto con las armas, cese también el esquema impositivo que trata de justificarlas, el de que todo vale para conseguir determinados objetivos políticos. Y al día de hoy no estamos todavía en ese estadio. No hay asesinatos desde hace tres años y medio, lo cual es un dato ciertamente positivo. No ha desaparecido completamente la violencia callejera. Y además, ese esquema de imposición, no ha desaparecido. Hay una tentación permanente por parte de ETA de querer tutelar el proceso político en Euskadi.
La apuesta por la paz y por las vías escrupulosamente democráticas no exige a nadie la renuncia a las propias aspiraciones políticas. Es, en definitiva, el triunfo de la democracia y sus procedimientos. Y desde la política tenemos que abrir vías para que aquellos que han vivido durante años frente al sistema democrático e institucional encuentren en el mismo la vía para la defensa y materialización de sus proyectos, siempre que estos sean democráticos, y encuentren las mayorías necesarias para ello, desde el respeto a los cauces institucionales establecidos y en un uso amplio de sus potencialidades. Por ello, a la pacificación debe acompañarla la normalización política. El establecimiento de nuevos consensos políticos que refuercen la propia democracia y amplíen los cauces institucionales. No es el precio político a pagar a aquellos que han ejercido el terrorismo. Es la victoria de las ideas democráticas e institucionales que demuestran su capacidad de aportar a un proceso de pacificación acuerdos políticos para la convivencia que nos incluyan a todos.

Por ello, debemos superar la dialéctica según la cual hay que elegir entre hacer que los terroristas desistan, o ceder para que dejen de matar. De lo que se trata es de buscar un camino para un final dialogado que ponga fin al terrorismo, iniciado en el marco de la resolución del Congreso de los Diputados de mayo de 2005, y ofrecer a los que han practicado la violencia un camino al que puedan aferrarse para abandonarla. Sin concesiones políticas, porque la paz no debe estar vinculada a un proyecto político concreto. Hacerlo, vincular la paz a un proyecto político determinado por legítimo que sea, sería tanto como reconocer la validez del uso de la violencia para alcanzar objetivos políticos. Pero como decía el Plan Ardanza en marzo de 1998, buscando “algo que ellos puedan interpretar como un incentivo político que los justifique ante su propia gente”. En definitiva, el diálogo político democrático entre partidos, desde dentro del sistema y desde la legitimidad democrática de las instituciones, del marco jurídico-político actual y con el uso de sus potencialidades, y sin que nuestras decisiones futuras tengan como finalidad corregir una supuesta carencia de legitimidad. Este es el primer gran reto de este período que se nos abre. Tengo 43 años. Nunca he conocido una Euskadi en paz. Quiero para nuestros hijos algo diferente.

No voy a ocultarles, sin embargo, que este delicado proceso debe tener unos límites nítidos. El primero de ellos, el de la separación higiénica y conceptual entre el proceso de paz y el diálogo político. Aceptar el tutelaje de ETA sobre el futuro político de Euskadi sería validar el terrorismo como medio. Y sería profundamente antidemocrático. Nuestras convicciones éticas, nuestro pensamiento democrático y nuestro compromiso nacionalista vasco, nos impiden aceptar que el poder de unas pistolas pueda influir o imponer su voluntad al futuro de la sociedad vasca. Esta es la primera línea roja de este proceso. Por ello la resolución del Congreso --que en el fondo recoge los principios básicos del Pacto de Ajuria-Enea, fundamentalmente su punto décimo-- define el diálogo con ETA en los contenidos necesarios para hacer efectiva esa voluntad inequívoca de poner fin a la violencia a través del diálogo. Sin incluir en el mismo contenidos de tipo político. Y los partidos políticos deberemos contribuir a la convivencia y a la normalización política a través de los acuerdos. Ayudando desde la política a la paz.

¿Qué está pasando ahora? ¿En que estadio nos encontramos? La firme denuncia del robo de unas pistolas y la condena tajante de episodios de violencia callejera --y lo digo desde la legitimidad de representar a un Partido que semanalmente es objeto de ataques--, no nos puede hacer perder la perspectiva. Los elementos que han contribuido a dibujar y a vislumbrar un final definitivo para la violencia en Euskadi y que han actuado como factores propiciadores de la paz siguen todavía ahí. Los cambios en el contexto internacional, los cambios profundos en la sociedad vasca, en su mentalidad, sensibilidad, concienciación y movilización en torno a las víctimas --que a lo largo de los últimos años han ayudado a achicar el espacio de la violencia en el País Vasco-- son una realidad, y la transformación y la voluntad de hacer política en muchos sectores de la izquierda radical que durante años ha dado cobertura política a la violencia sigue vigente... Y los tres años y medio sin asesinatos tampoco es un dato baladí.

Por tanto, tenemos antes nosotros una oportunidad que podemos aprovecharla, cuyas dificultades debemos superar, actuando desde la cooperación entre las diferentes sensibilidades políticas de nuestro país. Esto no es un juego de regates en corto. No es un tema de interés partidista. Les aseguro que mi firme posición de compromiso y lealtad con el proceso de paz me ha supuesto numerosos ataques y críticas, e incluso la incomprensión de aquellos que a veces desean una mayor firmeza en la defensa de posiciones o matices propios, lo cual es a todas luces legítimo. Pero no nos estamos jugando diez alcaldes o cien concejales más en las elecciones de mayo. Nos jugamos el que nuestros hijos e hijas vivan en una sociedad en paz. Y ello nos obliga a esforzarnos en sacar el proceso de paz del ámbito de lucha partidista, y a trabajar desde la cooperación.

¿A qué responde el clima de tensión que vive el proceso de paz? Desde mi punto de vista, y nunca hay un solo factor en un análisis de este tipo, a la resistencia por parte de ETA a abandonar su viejo papel de garante o tutor de los acuerdos políticos entre partidos en Euskadi. En el fondo a un vértigo y a un miedo a hacer política por parte de la izquierda radical sin el tutelaje de las armas.

La percepción de sectores de Batasuna tras el alto el fuego ha sido la de una debilidad social y política mayor que la prevista. La fuerza y capacidad de movilización de sectores sociales amplios que la izquierda radical demostró en la época del alto el fuego de 1998 queda ya muy lejos. El tiempo no ha pasado en balde para nadie, y menos para ese mundo. Y el hacer política, con una fuerza social limitada, supone ponerse ante el espejo democrático de las propias capacidades. Como debemos hacerlo todos. Conscientes de las limitaciones de las fuerzas propias, y obligados siempre a pactar, a ceder en ocasiones y a alcanzar acuerdos que colman sólo parcialmente nuestras aspiraciones. En definitiva, la cultura democrática.

El vértigo a todo ello se ha podido adueñar de una parte de ese mundo en los últimos meses, y la amenaza de imposición por parte de ETA, condicionando la paz a determinados objetivos políticos, puede responder a ello. En este caso la respuesta tiene que ser dual desde mi punto de vista. Por un lado marcando con nitidez la clara separación entre el diálogo para la paz de la negociación política entre partidos, no aceptando el esquema de tutela. Pero por otro lado, dando al mundo político agrupado en torno a Batasuna, la garantía de que, en un diálogo incluyente entre partidos, la sensibilidad que representan estará integrada en esa negociación, para construir entre todos esa futura convivencia. Y ahí está el papel del diálogo multipartito, de la llamada mesa de partidos, que por supuesto deberá ser convocada en ausencia de cualquier tipo de violencia, y exenta de cualquier tutela o amenaza de vuelta a la misma. Y dando también a ese mundo, la garantía de que una vez abandonada la violencia, podrá defender y llevar adelante sus proyectos de forma democrática. Como todos los demás.

Y un segundo factor, que ha podido influir en las posiciones mantenidas por ETA en estas últimas semanas, es posiblemente la derivada de la profunda división y enfrentamiento entre fuerzas políticas con motivo del proceso de paz. Fundamentalmente las defendidas por el PP. Se hace difícil de entender la posición del PP en torno a esta cuestión. Sobre todo teniendo en cuenta las posiciones que el PP mantuvo en la tregua de la última semana de junio de 1996, en la que con Ortega Lara secuestrado, acercó 33 presos de ETA. O las ya conocidas posiciones de apuesta por el proceso de paz, modificación de la política penitenciaria, establecimiento de una interlocución para hablar con ETA y diálogo con Herri Batasuna mientras su Mesa Nacional estaba encarcelada, que Aznar y el PP llevaron a cabo en la tregua del otoño del 98, solo cuatro o cinco meses después de que Manuel Zamarreño, concejal de Rentería, hubiese sido asesinado.

ETA ha visto en este enfrentamiento abierto por el Partido Popular un fortalecimiento de su posición negociadora. ETA, que hace meses se incorporaba a un proceso de paz desde una expectativa limitada, ve su posición más fuerte por la actitud del PP que le atribuye triunfos continuos que no existen, o por la capacidad de amenaza aumentada por el hecho de que cualquier eventual ataque por parte de ETA supondría una auténtica convulsión política en la que, quizás como nunca, ETA podría generar graves daños al sistema democrático. La posición de dureza y de ataque político que el PP mantiene en esta cuestión --y lo digo con profundo respeto a esta formación política, pero consciente de la gravedad que mi afirmación comporta-- es al día de hoy uno de los principales factores de fortalecimiento de ETA.

Y ello exige una corrección por parte de todos. Porque el no hacerlo sería una irresponsabilidad. Invito al Partido Popular, con mano tendida, a trabajar juntos en un proceso de paz sobre las bases de la resolución de mayo de 2005 en el Congreso. Y si este texto, no votado por el PP supone un problema político, les invito a hacerlo sobre las bases del punto décimo del Pacto de Ajuria-Enea firmado por la Alianza Popular de Fraga, y confirmado por el Partido Popular de Aznar, que dice: Si se producen las condiciones adecuadas para un final dialogado de la violencia, fundamentadas en una clara voluntad de poner fin a la misma y en actitudes inequívocas que puedan conducir a esa convicción, apoyamos procesos de diálogo entre los poderes competentes del Estado y quienes decidan abandonar la violencia, respetando en todo momento el principio democrático irrenunciable de que las cuestiones políticas deben resolverse únicamente a través de los representantes legítimos de la voluntad popular.

Diálogo político entre fuerzas políticas vascas, en el que el Partido Popular debe estar presente, desde el respeto a la sensibilidad política que representa, y la convicción de que la participación activa de la misma es necesaria para ese futuro que queremos construir en Euskadi. Un futuro de paz, libertad y convivencia.

A su vez, invito al PP a asumir que el diálogo con ETA debe abordar cuestiones delicadas, en consonancia con el punto noveno del Pacto de Ajuria-Enea que AP y el PP apoyaron, y el PP practicó en 1996 y 1998, que dice: consideramos válidas y apoyamos las vías de reinserción para aquellas personas que decidan o hayan decidido abandonar la violencia con el propósito de defender sus ideas por cauces democráticos, respetando en cada caso la decisión que adopten las instituciones competentes del Estado a este respecto.

Es por tanto el momento de comprobar por parte del Gobierno del Estado, que tras los episodios de estas últimas semanas esa voluntad por parte de ETA existe y se confirma. Es momento de proceder, con apoyo del conjunto de formaciones políticas incluido el PP, al inicio del diálogo entre Gobierno y ETA en los términos equivalentes al punto décimo de Ajuria-Enea que todos aprobamos en su día, para poder avanzar hacia la paz de forma decidida. Y es momento, de que el conjunto de partidos políticos vascos, incluyendo también al Partido Popular, prosigamos acordando una metodología, un calendario y unas bases compartidas para ese acuerdo político incluyente en Euskadi, que sirva para la convivencia y la normalización política. Un acuerdo respetuoso con la voluntad democrática de la ciudadanía vasca, un acuerdo respetuoso con la pluralidad política de la sociedad vasca y, a su vez, un acuerdo respetuoso con el marco institucional que nos hemos dado, y que utilice sus potencialidades para acoger los futuros acuerdos democráticos que podamos alcanzar.

Y en el camino a recorrer será necesario prestar una atención especial al difícil camino de la reconciliación. El daño causado por la violencia es de tal envergadura, que la normalización de la vida social no será completa incluso desaparecida ésta, porque quedan heridas en las personas y en el tejido social. Por ello, en un proceso de este tipo los partidos políticos y los agentes sociales deberemos velar por el reconocimiento y la reparación de las víctimas. Y más allá de la solidaridad personal, se hará imprescindible hacer constar el reconocimiento social del sufrimiento injustamente padecido. Sin él, no será posible que la deseable reconciliación se abra paso entre nosotros. Y lo deberemos hacer alejados de cualquier tentación partidista. Sin convertir ahora a las víctimas del terrorismo y del totalitarismo, nuevamente en víctimas de la manipulación al servicio de intereses de partido.

La sociedad vasca siente que, tras décadas de tragedia, vislumbramos con dificultades, un amanecer de paz y de libertad. No está siendo un camino sencillo. Está lleno de minas. Pero vamos a ganar la paz. Es un anhelo del conjunto de la sociedad. Es un ansia de nuestras gentes. Lo haremos con la cooperación de todos. Lo haremos con audacia política. Y lo haremos con convicción. Con la convicción de que la política es una tarea para mejorar la vida de las personas. Y que ello exige compromiso. E ilusión. Sin ingenuidad o excesivo voluntarismo, porque hemos aprendido de los aciertos y de los errores propios y ajenos. Desde la cooperación con todos. Desde la contribución sincera. Desde la lealtad absoluta con el proceso. Y estoy convencido de que vamos a contar con la ayuda de la sociedad española en esta tarea.

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