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Conceptos, disquisiciones y realidades

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Otsaila 04 | 2006 |
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Jose Manuel Bujanda Arizmendi

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Noticias de Gipuzkoa


La nación ha ido unida muchas veces con el progreso pero también con la marcha atrás, el nacionalismo ha sido responsable de logros magníficos y también de crímenes terroríficos, y ello por la capacidad que tiene el sentimiento de pertenencia a la nación de actuar como factor de simplificación. Pero siempre ha sido una de las fuerzas más poderosas que han impulsado la historia. Puede considerarse como una prueba de las carencias de otras unidades políticas, la nación es algo que pasa, que se desarrolla y crece o muere, y que adquiere características diferentes con el transcurso del tiempo, es un producto de la voluntad colectiva ejercida en un momento singular que por diferentes razones en otro tiempo y contexto no llegaron a generar idénticos resultados. La nación es plural en significados, es cambiante, no tiene por que ser un concepto ni una realidad periclitada, ni irracional, ni contraria al modo en que vivimos, ni opuesto a los derechos de las personas, ni reaccionario, ni caduco. Al contrario, puede significar más democracia y participación.
El “estado-nación” nos aparece a comienzos del siglo XXI demasiado pequeño para los grandes problemas y demasiado grande para los problemas aparentemente minúsculos pero que afectan a la vida cotidiana de los ciudadanos. Da la sensación de que al mismo tiempo que una virtualmente incontestada globalización económica existe, crece un sentimiento de tareas compartidas en una sociedad compleja en la que los individuos necesitan puntos de referencia concretos acerca de cómo situar su relación con el resto. En definitiva, se trata de apostar por la versión democrática del sentimiento nacional, apostar para que la causa de la comunidad converja con la de los valores del individuo, para que el debate por la afirmación de la soberanía nacional de la nación sin estado vaya de la mano con la defensa de las libertades públicas. Es decir, se trata, teniendo en cuenta que no siempre nación y democracia han coincidido, de apostar por la democracia como el mejor status político y de convivencia para la nación. Apostar por un nacionalismo democrático que conjugue valores y derechos individuales con derechos y valores colectivos.
 
Aquí y ahora el debate sobre qué es España, sobre el carácter de nación o no de Cataluña en la redacción del Estatut, sobre su esencia histórica o no, la polémica conceptual en definitiva desatada se ha caracterizado por un confusionismo terminológico espectacular, como si nación y estado fueran lo mismo, o lo debieran ser. O como si la peculiaridad cultural concluyera de forma necesaria en tribalismo, antítesis de la racionalidad, contraria a la opinión ilustrada. Lo cierto es que para una clara mayoría de los españoles España es un estado y una nación, la única, pero para importantes minorías periféricas de vascos, catalanes y gallegos es sólo lo primero, un estado más o menos centralizado o no, pero un estado, no una nación, y menos “la” nación. La polémica en cuestión, el debate intenso y a veces tabernario, es la constatación de la complejidad, incluso conceptual, en la que encuentra España: estado-nación, nación de naciones, patria común de todos, estado plurinacional...invención, artificio, realidad histórica, sociedad forjada por la historia... incluso para algunos (todavía demasiados) España sería desde los reyes católicos una “unidad de destino en lo universal”, y donde no caben otro tipo de veleidades conceptuales, y menos realidades diferenciadas.
 
Disquisición conceptual por disquisición, debate por debate y polémica por polémica, pero la realidad cruda es la que es, y la historia es la que es, y lo realmente cierto es que un 25 de octubre de 1839, finalizó la primera guerra carlista con el llamado Abrazo de Bergara: “Se confirman los Fueros de las Provincias Vascongadas y Navarra, sin perjuicio de la Unidad Constitucional de la Monarquía Española”. Dicho y hecho, sus nefastas consecuencias llegan hasta nuestros días. Además al finalizar y perder la segunda guerra carlista, en el Parlamento español, y tras feroces ataques, se gesta la abolición definitiva de los Fueros: “Hay que abolir el Régimen Foral Vasco, que “ellos” aprovechan para organizar rebeliones de signo reaccionario y antiliberal”. Y así, el sistema de fueros o “libertad antigua”, como lo llamó Cánovas, fue abolido. Se inauguró así en su crudeza histórica el proceso de desencaje entre “lo” vasco y “lo” español, sima que se agrandó con la aparición a finales del siglo XIX de un nuevo factor político-ideológico hasta entonces ausente: El nacionalismo vasco de la mano y pluma de Sabino Arana, y que fructificó y tomó cuerpo en una Euskal Herria magullada por el martillo de la frustración social, del resentimiento político y de la amargura por las sucesivas derrotas políticas y militares. Es decir por encima de las disquisiciones y de los conceptos en liza, existía firme voluntad de ser, de seguir siendo. Posteriormente, ya proclamada la República en 1931, el nacionalismo vasco enarboló el Proyecto de Estatuto de Autonomía conocido por el de “Estella”. El ataque al autonomismo vasco fue inmediato, directo y frontal: “No autorizaremos jamás la existencia de un Gibraltar vaticanista en el norte de España”. Al producirse el alzamiento fascista del 18 de julio de 1936, el nacionalismo vasco defendió la legalidad republicana y cuando ya solamente Bizkaia y unos pocos municipios de Gipuzkoa y de Araba estaban fuera del dominio de las tropas de Franco se logró el Estatuto de Autonomía, el del “36”. La Autonomía era en realidad un Gobierno Vasco de guerra y que cayó al ser ocupada Bizkaia en junio del 37. Se volvió a aplicar parecida doctrina que en ocasiones anteriores: ”Bizkaia y Gipuzkoa traidoras”. Antes por reaccionarias, luego por republicanas, el autogobierno vasco, el sentimiento de pertenencia a la nación vasca, pagano eterno, víctima propiciatoria y trofeo, “domuit vascones”, de las periódicas y cainitas contiendas civiles en España.
 
Pero por encima de disquisiciones más o menos cultivadas acerca de lo que ha sido la historia más o menos compartida con nuestros vecinos y las tertulias intelectuales de lo que es realmente el concepto de nación, de lo que son España, Cataluña, Galicia y Euskadi, se puede constatar sin excesivo esfuerzo alguno, que el Pueblo Vasco, Euskadi, sus ciudadanos y ciudadanas tienen vocación y voluntad mantenida, legítima y democrática de ser nación. Y nuestra apuesta, la de algunos-muchos al menos, pasa consecuentemente por construirla poco a poco, solidariamente, con los pies en la tierra, con el corazón caliente y la cabeza fría. Sin dejación a ningún principio ideológico ni programático, pero con la flexibilidad e inteligencia suficiente como para adecuarnos a los nuevos tiempos, a los retos plurales y a las necesidades que van surgiendo en la Euskadi del 2006, en el seno de una sociedad como es la vasca, moderna, plural, compleja, adulta y madura.

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