El Partido Socialista Obrero Español se encuentra, sin duda, en una encrucijada. Tiene abiertos tantos frentes que es difícil predecir su futuro. Desde luego, está claro, la aprobación de un nuevo Estatuto de Autonomía para Cataluña, no solamente no cerrará la cuestión autonómica en este territorio -y en general-, sino que proporcionará los argumentos suficientes para alimentar las reivindicaciones del nacionalismo en el próximo cuarto de siglo.
En el caso catalán, el grueso de los argumentos será la diferencia entre lo que aprobó el Parlament y lo que, finalmente, aprueben las Cortes. A todo esto, habrá que añadir el anticatalanismo creciente (con boicot activo a productos catalanes) fomentado desde la extrema derecha y la emisora de la Conferencia Episcopal. Por cierto, esto ya lo hicieron en su día con algunas empresas vascas. Esto obligará a las empresas catalanas (y vasca) a buscar nuevos mercados y, de esta forma, rebajar hasta límites seguros la dependencia del marcado español.
Pero es que, además, en Cataluña, no existe el problema de la violencia, lo que desarma las tesis del aznarismo para el caso vasco. Es cierto que brillantes estrategas como Jaime Mayor Oreja o Federico Jiménez Losantos han llegado a vincular el proyecto de reforma del Estatut con ETA. Quizá sea esto lo que explique la participación del Foro de Ermua en la campaña anticatalanista. Eso sí, organizando actos en Madrid. Allí estaban Mikel Buesa, Jon Juaristi, Iñaki Ezquerra,...
Pero, el PSOE no sólo tiene un grave problema con el PP. También lo tiene con algunos notables de su propia organización. Entre otros, los inefables Bono, Rodríguez Ibarra, Vázquez o aquel hermano de Juan Guerra que fue vicepresidente del Gobierno en tiempos de Felipe González.
En el caso vasco, no hay novedades. A pesar de las soflamas de Javier Rojo en defensa de la autonomía, Rodolfo Ares ya calificó de ‘‘discrepancia política’’ la posibilidad de completar el Estatuto en los términos en que se pactó y aprobó en 1979. Quedan pendientes de transferir dos competencias exclusivas esenciales: la investigación científico técnica (Artículo 10) y la gestión del régimen económico de la Seguridad social (Artículo 18. 2b). Y este hecho es, sin duda, la mejor demostración que ni el consenso en Euskadi (o Cataluña), ni el respaldo de las Cortes generales, ni un referéndum, ni la sanción real son garantías suficientes para que se cumpla en plenitud una ley orgánica. Eso sí, sorprende en que la socialista Isabel Celaá ‘‘exija’’ al Gobierno vasco mayor inversión en investigación cuando sabe perfectamente que la competencia no ha sido transferida. Algo parecido ocurre cuando Patxi López habla de ‘‘diálogo social’’ cuando su partido tiene bloqueado un instrumento fundamental para este diálogo, como es el Artículo 18 del viejo Estatuto de Gernika. La cuestión de competencia en materia de prisiones no es menor. Claro que los presos no son sujetos de derechos ni humanos, ni civiles. Los suicidios de presos no parecen importar ni al constitucionalismo español, ni a otros estamentos como a la emisora de la Conferencia Episcopal.
Y si en el capítulo de la normalización política no se ven salidas claras, ni en Cataluña, ni en Euskadi, en el asunto de la paz, aún se vive en la probabilidad y el rumor. Con algunos matices. El PSOE ha tomado sobre sí la responsabilidad exclusiva de la negociación con ETA, advirtiendo incluso que, en este asunto, se dejase solo a Zapatero, en plan torero primerizo. Un proceso de paz con ETA (incluso cuando ésta hubiese dejado las armas) pasa porque Zapatero mantenga una mayoría suficiente en Madrid a partir de 2008. Y esto no está tan claro. Especialmente, porque, en estos momentos, la derecha española desbocada prefiere que ETA siga en activo.
El PSOE necesita a los nacionalistas. En Euskadi, en Cataluña, en Galicia,... y en Madrid. Ahora y en la próximas legislaturas. Pero, de momento, no está haciendo las cosas bien. Por lo que se refiere a Euskadi, el bloqueo autonómico, la imposición de condiciones en una posible reforma del estatuto, los vetos a miembros del PNV, el respaldo al PP en Araba contra la minoría mayoritaria, no contribuyen a generar el clima de confianza. Declaraciones del tipo «no seremos tabla de salvación del PNV» (artículo de José Antonio Pastor), justifican que, cuando llegue el momento, que llegará, el PNV tenga autoridad para recordárselas.
El PSOE tiene ante sí demasiados retos como para sacar demasiado pecho.