¿Cómo puede calificarse el Pacto de Lizarra casi una década más tarde? Para mí, fue un intento honesto que devino en fracaso estrepitoso. Un intento, para que el que todos tienen un calificativo amable. Un fracaso, para el que todos tienen una explicación.
La reacción anti-Lizarra de los que, hasta la fecha, forman el frente constitucionalista estaba basada sobre todo en una interpretación del pacto según la cual los nacionalistas marginaban a la mitad no nacionalista a la hora de construir un futuro en paz para el país (vasco). En ningún momento, se hizo mención a la sucesión de pactos entre constitucionalistas que marginaron (y marginan), por lo menos, a la mitad más uno de los ciudadanos de la Comunidad Autónoma Vasca. Y así, los nacionalistas vascos fueron marginados de la ponencia constitucional (1978), de los pactos autonómicos (1981),… La doctrina es clara: sólo los "grandes" cierran acuerdos. Los demás, como los mirones en el mus, se callan y dan tabaco.
¿Qué no se puede construir un país sin la mitad no nacionalista? Evidente. Pero, ¿se puede construir un Estado autonómico sin contar con las mayorías políticas y sociales de una o más comunidades autónomas? No estoy seguro que un 53 por ciento pueda imponer su modelo a un 47 por ciento. Pero, ¿qué hace que lo contrario sea condición innegociable?
El problema vasco no es que exista ETA. El problema vasco es que, por lo menos desde 1839, la mitad (seamos generosos) de los vascos intenta imponer su modelo de convivencia a la otra mitad. ¿Qué el Estatuto de Gernika es un punto de encuentro? Si es así, ¿por qué los llamados "constitucionalistas" llevan veinticinco años realizando ímprobos (y efectivos) esfuerzos para no cumplirlo? A lo peor, resulta más rentable que los vascos no nos encontremos.
En 1998, el Pacto de Ajuria Enea había saltado por los aires, el proceso autonómico estaba bloqueado y en franca descomposición, el pacto tripartito (PNV-PSOE-EA) estaba siendo roto por los socialistas (que ya lo habían abandonado en Araba y anunciaban a los cuatro vientos la buena nueva del "posnacionalismo"), lo rompieron definitivamente con el pretexto de un incidente menor (el voto afirmativo a favor de las selecciones deportivas vascas). Por otro lado, tanto el PP como el PSOE habían encontrado en el llamado "espíritu de Ermua" un arma poderosa para destruir al PNV y al nacionalismo vasco en general a los que trataban de confundir con ETA. ¿Por qué ETA es nacionalista y no es socialista o carlista?
Ante esta situación, una de las pocas salidas fue el intento de Lizarra que no rompió nada porque, en el verano de 1998, estaba casi todo roto. Con el Pacto de Lizarra, se consiguió un alto el fuego de catorce meses y se aprendieron algunas amargas lecciones. Que cuando la generación de Ajuriaguerra, Irujo o Robles-Arangiz se opusieron a frentes nacionales con ETA por medio, por algo sería. Que las condiciones de abertzale y nacionalista no son suficientes para constituir una mayoría parlamentaria, política, etc.. Los usos democráticos y el respeto a la decisión de la mayoría deberían formar parte del paquete. Por otro lado, cuando se proclamaba que la actuación del foro de Lizarra debía producirse "en ausencia de violencia", significaba violencia cero (ni "kale borroka", ni "impuesto revolucionario"). No violencia de ningún tipo.
En la primavera de 1999, había muchos signos entorno a Lizarra, como poco, preocupantes. Muchos no teníamos claro quiénes eran los "agentes" actuantes y, mucho menos, a quiénes y a cuántos representaban exactamente muchos de ellos. En muchos foros, el voto del PNV valía tanto como el de la Asociación de Amigos de la Bermejuela del Urola. Poco a poco, los nacionalistas éramos arrastrados a iniciativas cada vez más cuestionables porque lo importante era la paz (o, dicho de otra forma, que ETA no se molestase y volviese a las armas). Simultáneamente, la acción de la "kale borroka" restaba día a día argumentos a los principales defensores de Lizarra. A finales del verano de 1999, la situación provocada por los "chicos de la gasolina" estaba llevando a Lizarra a un callejón sin salida. Cuando alguno de nosotros levantó la voz, fuimos rápidamente reconvenidos por nuestros prójimos.
La ruptura del alto el fuego decretado por ETA militar sorprendió al PNV en pleno debate interno ante la Asamblea General que debía celebrarse en enero de 2000, cuando todo estaba cerrado. De esta forma, por ejemplo, la Ponencia Política se mantuvo como si Lizarra siguiese vigente. Sin embargo, Lizarra había muerto en el momento en que ETA asesinó a un militar en Madrid. Además, y a pesar de los sucesivos intentos (algunos vivos), ya no se dan las condiciones para una repetición del intento.
Otro de los grandes errores del PNV en Lizarra fue el renunciar, en primer lugar, a su aspiración a la hegemonía política en el campo abertzale a cambio de una paz frágil, tutelada y, por lo visto más tarde, con trampa. Hegemonía no significa monoplio. Con esta renuncia -que se notó especialmente en las elecciones municipales y forales de 1999-, se reforzaban organizaciones y "agentes" más parecidos a una rémora que a entes efectivos. En segundo lugar, en Lizarra, el PNV renunció a la autonomía de decisión y a la independencia de criterio.
El período que sigue a la ruptura de Lizarra fue muy duro. Especialmente duro por la violencia sin límite y las víctimas que esta generó. Sin embargo, al final, los resultados de las elecciones autonómicas de 2001, dejaron claro algo que algunos había puesto en duda en 1997: que ETA no daba (ni quitaba) mayorías al movimiento nacionalista. Que la base social de ETA no solamente no era complementaria, sino que resultaba contradictoria con un movimiento que, además de nacionalista y abertzale, era (y es) profundamente democrática y comprometida con los derechos humanos de todas las personas. En este sentido, también los resultados del 13 de mayo de 2001 dejaron sin contenidos esenciales a la Ponencia Política de 2000.
Lizarra no dividió. Se limitó a constatar una división que venía fraguándose desde 1993 y que se consumó cuando los constitucionalistas, borrachos del "espíritu de Ermua", trataron de identificar a una mayoría de ciudadanos (más de 600.000) con ETA.