Iritzia
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2005
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Euskadi, ideas de hoy

Iritzia
Abuztua 30 | 2005 |
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Quien estas líneas subscribe creció, en todos los sentidos de la palabra, acompañado de un mensaje oculto en el lugar más recóndito de su cerebro y de sus sentimientos, irrepetible fuera de casa, no repetible en la calle bajo ninguna consideración. Expresión vivamente sentida y escuchada a sus mayores en los albores de su adolescencia, en la confidencia e intimidad de casa a los finales de los sesenta: «Euzkotarren aberria Euskadi da - Euskadi es la patria de los vascos». Además, quien esto subscribe «descubrió» de niño un buen día, escondido entre los libros de la biblioteca de casa, un pequeño plástico tricolor, rojo, verde y blanco: la ikurriña. Secreto imposible de revelar.

Sin negarlo jamás, reafirmándome viva e intensamente en todo lo que tiene de sentimiento y compromiso político presente, pues me embarga la misma emoción y determinación política vital, me adecuo a los tiempos que corren, piso tierra firme y concibo a Euskadi y sus símbolos sí como mi patria y mis símbolos, pero también como un proceso de procesos en la historia singularizado por variables específicas. Y me sigo sintiendo vasco a secas. Y por supuesto, nacionalista. El nacionalismo, expresión de la conciencia nacional vasca y de su voluntad de organización y desarrollo de cada ámbito existencial en la sociedad, no va en contra de nadie, se puede y debe formular en positivo, es moderno pues encara al futuro, intelectualmente respetable, necesario históricamente y políticamente legítimo con independencia de que haya nacionalismos aberrantes de la misma forma que hay democracias, ordenamientos jurídicos, religiones, etc., igualmente aberrantes y sin que por ello pierdan su significación e importancia la democracia, el derecho o la religión. Soy consciente de que los partidos políticos, las ideologías y las formaciones no son eternas, responden a necesidades históricas, nacen para dar satisfacción a cuadros de necesidades concretas y desaparecen cuando pierden las virtualidades que las justificaban y por ello no existen explicaciones metahistóricas, esencias encarnadas en pasados históricos de los que se deduzcan futuros ciertos.


Creo que el futuro de Euskadi no lo van a determinar sus peculiaridades étnicas, geográficas o lingüísticas, sino en la voluntad de acertar en la selección de los objetivos que van a configurar en el futuro las próximas etapas, no recuperando el pasado sino distanciándose de él. La historia del Pueblo Vasco no es tan sólo la historia de un «yo» que se va explicitando en el tiempo, sino también la de un fenómeno evolutivo que recibe la mayor parte de su impulso, contenido y orientación de su interrelación con otros pueblos del mundo. Es decir, el Pueblo Vasco sí es un pueblo en sí y desde sí, pero también un pueblo en el mundo condicionado por la evolución general. Estimo además que lo más importante de los pueblos, es lo que no han sido todavía, lo que quieren ser y no tanto lo que fueron los que le precedieron. El futuro de un pueblo no está implícito en su pasado ni se deduce de él, como no está implícita ni se deduce una compleja obra de arte de sus primeras pinceladas. Los pueblos más vitales son los que saben integrar más y mejor el esfuerzo creador y no los que se ensimisman con la ilusoria y empobrecedora pretensión de ser «fieles a sí mismos». Es obvio que la sociedad vasca tiene un fuerte sentimiento del «nosotros» y voluntad de seguir siendo, de autoproyectar y autogobernarse. Y ello pasa por apostar por un esquema dinámico y dialéctico de la identidad, no por la pretensión de cosificar caracteres supuestamente permanentes e inmutables. Una identidad que no implica «yoidad», ni el despliegue de un ilusorio e inexistente designio metahistórico. No se trata de recuperación, ni de fidelidades del pasado, es un asunto de creación, de ir hacia delante, de evolución y de inteligencia.


Una identidad que se ha estructurado en multitud de ámbitos, con historias, posibilidades y aspiraciones distintas, y no tan sólo como un continuo proporcionado por las mismas condiciones de vida a habitantes de un territorio. La patria es una abstracción del proyecto comunitario de cada pueblo y, en especial, de sus libertades individuales y colectivas que se puede convertir en fetiche peligroso cuando se disocia del proyecto de la ciudadanía, de la democracia y de las libertades, es decir cuando olvida que el único fin de la patria es la persona, la mujer y el hombre. Euskadi no es patria abstracta, es el colectivo de ciudadanos, hombres y mujeres. Son vascas y vascos concretos con nombre y apellido, con memoria histórica, símbolos, lengua y cultura, sentimiento de identidad e intereses económicos y que manejan un patrimonio colectivo de formas mentales, imágenes, vivencias, prejuicios, mitos, símbolos, cultura, arte, lengua, hábitos, estereotipos, defectos y virtudes. Nación como instrumento para servir a las personas que estructuran una comunidad, que ni ha existido siempre, ni es previsible el tiempo que interesará que siga existiendo. Pero que mientras, como plebiscito cotidiano, quiere seguir poder siendo según la voluntad ciudadanía que conforma la sociedad. Euskadi es nación porque así es la voluntad de su ciudadanía, y porque manifiesta querer poder autogobernarse y autodirigir su proyecto comunitario. Por ello existe, ahí su ser.


Se trata de conseguir la capacidad para la realización de un proyecto elaborado en beneficio de la sociedad vasca, de encontrarse cómodos en niveles de organización de la realidad que pueden ser perfectamente compatibles con un fin común: favorecer vidas individuales libres, creativas y sociedades prósperas y armónicas en las que merezca la pena vivir. Los conceptos de identidad, nación y patria pueden jugar de forma muy distinta en el futuro para Euskadi: correctamente interpretados constituyen piezas fundamentales del proyecto nacional de los vascos, incorrectamente usados, pueden desnaturalizarlo. En fin, ideas sobre Euskadi, complementarias, no supletorias, al de aquel chaval a finales de los sesenta con sus secretos tan bien guardados. No se trata pues de competir en radicalidad independentista, ni de renunciar a ningún principio, ni de blandenguería ideológica, al contrario, se trata de siendo firmes en los principios ser flexibles ante la aldea global que nos viene y ante una sociedad compleja en evolución.


Acabo citando al nacionalista Don Manuel de Irujo: «La soberanía absoluta, que pudo concebirse hasta que advino la Edad Contemporánea no existe, ni puede realizarse en la actualidad. La soberanía absoluta de una nación es inconcebible en el mundo actual y lo será más en el futuro. La sociedad humana se ha truncado en coexistencia de soberanías (...) no quiero aduanas en Hendaya, tampoco las quiero en el Ebro. Quiero seguir comerciando con el otro lado del Ebro. Pero tampoco quiero aduanas en el Bidasoa. Aspiro a tener relación con los del otro lado del Bidasoa, a encontrarme con los del otro lado del río, en la relación que me encuentro hoy con los del otro lado del Ebro, en un régimen de interdependencia». Nada nuevo pues bajo el cielo de la literatura nacionalista. Ni el corazón y el cerebro, ni los principios y procedimientos, ni la gran política y la praxis diaria son excluyentes entre sí. Aquel chaval hoy, el 2005, sigue apostando por el «Zazpiak Bat», con talento, regate y amplias alamedas, capaz de abrazar a todos, vascos y vascas de Iparralde y Hegoalde. Burujabetza del siglo XXI, una interpretación de la soberanía y territorialidad que responde a la voluntad ciudadana, que tiene en cuenta los marcos cambiantes en cada momento y que sin renunciar a nada de nada, se adecua razonablemente a las nuevas realidades que se conforman. Es seguir construyendo nación vasca el siglo XXI, es tallar un nuevo eslabón en la larga cadena de la historia de un Pueblo Vasco sujeto político real para decidir y acordar su presente y su futuro. Es simplemente eso, es...declinar democracia.

 

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