Iritzia
26Maiatza
2005
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¿Nación de naciones?

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Maiatza 26 | 2005 |
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En el Ulyses de James Joice, Leopold Bloom, un húngaro-irlandés de origen judío, mientras paseaba por Dublín decidió entrar en un pub. El encuentro entre viejos conocidos de cervezas y tertulias derivó, una vez más, e inevitablemente, en política. «¿Tú sabes lo que es una nación?» le preguntaron. A lo que Bloom contestó: «Una nación es la misma gente viviendo en el mismo lugar».

La mayor parte de los estados en el mundo no se corresponden con la fórmula estado-nación, pocos son los estados nacionales. Normalmente los estados suelen ser multinacionales, multiculturales, multilingües o multirreligiosos. Sobre la nación sin estado, y sobre el nacionalismo reivindicativo que en su caso le pudiera corresponder, suele caer la doble y corrosiva acusación de ser un fenómeno en el que se alían el atavismo más ancestral y la inconsistencia racional. Y no sólo ha recibido poca atención sino que ha sido terreno abonado para interpretaciones apriorísticas, que no tienen en cuenta los hechos en su globalidad, sino que los enmascaran en esquemas interpretativos que poco o nada tienen que ver con ellos, confundiendo tiempos y aspectos parciales de sus múltiples realidades, en un afán simplificador que no permite comprender ni tampoco solucionar problemas, por entender que la nación (sin estado, claro) es algo exclusivamente arcaico y ancestral, cuando no ficticio, virtual o de reducida boina calada. Pero haber estudios -sobre los nacionalismos- haber, haylos, diversos y variados por cierto: Lorwin, Hill, Bassana, Hecher, Daniel, Mallory, Schatz, Linz, Payne, Lafont, Bogdanor, Wallertein, Lipset, Rokkan, Ragin, Nielsen y un muy largo etc.

No siempre nación y democracia han coincidido, en efecto. El concepto, la idea de la nación ha ido unido con el progreso y también con la marcha atrás, ha sido responsable de logros magníficos y también de crímenes terroríficos, por la capacidad que tiene de actuar como factor de simplificación. Pero siempre ha sido una de las fuerzas más poderosas que impulsan, y han impulsado, la historia humana. También puede considerarse como una demostración palpable de las carencias de otras unidades políticas. La nación es algo que pasa, que se desarrolla y crece o muere, y adquiere características diferentes con el transcurso del tiempo. Producto de la voluntad colectiva ejercida en un momento singular, que por diferentes razones en otro tiempo no llegaron a generar idénticos resultados. Plural en significados, cambiante. No tiene por que ser un concepto ni una realidad caduca ni irracional, ni contrario al modo en que vivimos, ni opuesto a los derechos de las personas, ni reaccionario, ni caduco. Al contrario, puede significar más democracia y participación. Cuando el respeto a la diferencia, y el mestizaje, debe de ser un signo de los tiempos venideros y cuando tiene sentido especial en un momento en que se reclama la legitimidad absoluta de una pluralidad de las formas de vida, defendemos y reivindicamos la nación -también la vasca- tratando de extraer de ella lo que puede tener de positivo y de progreso. Cuando tras la victoria de un ideario basado en los derechos de las personas está emergiendo también una rehabilitación de los valores comunitarios, resulta evidente también el creciente apego del ser humano a círculos comunitarios no excluyentes y sí enriquecedores e identificadores con las propias raíces.

El ‘‘estado-nación’’ nos aparece a comienzos del siglo XXI demasiado pequeño para los grandes problemas y demasiado grande para los problemas aparentemente minúsculos, pero que afectan a la vida cotidiana de los ciudadanos. Da la sensación de que al mismo tiempo que una virtualmente incontestada globalización económica triunfa, existe y crece una especie de nostalgia del sentimiento de tareas compartidas; así, el sentimiento nacional vendría a constituir una especie de moralidad colectiva que desempeñaría un papel muy importante en una sociedad compleja en la que los individuos necesitan puntos de referencia concretos acerca de cómo situar su relación con el resto de las sociedades. Además la nación puede ser un elemento de primera importancia para lograr el perfeccionamiento de la convivencia democrática; aunque resulta evidente que a lo largo de la historia en más de una ocasión nación y democracia han parecido incompatibles.

En definitiva, se trata de apostar por la versión democrática del sentimiento nacional, apostar porque la causa de la comunidad converja con la de los valores del individuo; porque el debate y la lucha por la afirmación de la soberanía nacional, de la nación sin estado, vaya de la mano con la defensa de las libertades públicas. Es decir, se trata de apostar por la democracia como el mejor estatus político y de convivencia para la nación. Apostar y trabajar por un nacionalismo democrático que conjugue valores y derechos individuales con derechos y valores colectivos.

Aquí y ahora el debate sobre España, su esencia y pluralidad se ha caracterizado por un confusionismo terminológico espectacular, como si nación y estado fueran lo mismo, o lo debieran ser. O como si la peculiaridad cultural concluyera de forma necesaria en tribalismo, antítesis de la racionalidad, contraria a la opinión ilustrada. Para una clara mayoría de los españoles España es un estado y una nación, pero para importantes minorías es sólo lo primero. Mientras hay importantes sectores de la población que se declaran con un sentido de pertenencia a una nacionalidad, en esos mismos territorios también se da un acusado sentido de pertenecía a España o un solapamiento entre ambos sentimientos. Es simplemente la constatación de la complejidad conceptual e incluso vivencial políticamente en la que encuentra España. España: imperio donde no se ponía el sol, piel de toro, Castilla, unidad de destino en lo universal, nación única, nación de naciones, patria común e indivisible de todos los españoles, estado plurinacional, invención, artificio, realidad histórica, sociedad forjada por la historia, acto de voluntad colectiva, suma de voluntades democráticas individuales, etc.

Como nacionalista vasco, aspirante al autogobierno de Euskadi y a la supervivencia de Euskal Herria como Pueblo, como ente y como nación que quiere ser, durar y decidir, de su cultura y lengua propias, apuesto por un nacionalismo integrador, moderno, que se afirma en positivo, abierto y progresista, que mira al futuro, un nacionalismo de la ciudadanía, porque entiendo que destruir la variedad diferenciadora de los pueblos y de sus ciudadanos, es forzar la naturaleza misma de la humanidad e introducir en el complejo seno de la pluralidad de las sociedades un elemento violentador, porque tan legítima es la rica diversidad de la que provenimos, como la civilización globalizadora y el mestizaje cultural al que nos vemos abocados.

Por una Euskadi autogobernada. Por una Euskadi proyecto compartido y de soberanía pactada. Entramos en un período nuevo. Se requiere audacia, valentía, sentido de la historia, apertura de miras y responsabilidad ante las generaciones de vascos y vascas que nos precederán a lo largo de generaciones futuras. Se requiere, en definitiva, respetar la palabra y la decisión de la sociedad vasca, de Euskadi, en su complejidad y en su variedad de percepciones. Somos y seremos porque así lo queremos. Seguro.

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