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2005
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Con el Parlamento Vasco

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Urtarrila 28 | 2005 |
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Jose Manuel Bujanda Arizmendi

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El Diario Vasco


Soy de los que opina que el desarrollo del Estatuto de Autonomía de Gernika fue cercenado por una calculada estrategia de regresión autonómica inspirada en el llamado espíritu de la Loapa. Los diferentes gobiernos del PSOE y del PP basándose en informes de la Secretaría de Estado de Organización Territorial, que se amparaba a su vez en sentencias del Tribunal Constitucional, imposibilitaron las transferencias de Trabajo y Seguridad Social entre otras muchas. La actuación de los Gobiernos del PP y PSOE se encaminó a homogeneizar el proceso autonómico. El «café para todos»" vació de contenido las potencialidades del Estatuto, rompió con la concepción de pacto bilateral entre Euskadi y el Estado y además no consideró la distinción que el propio marco jurídico realizaba entre nacionalidades y regiones soslayando las especificidad del Estatuto.

Y así se diseñó por el Gobierno Vasco un nuevo punto de encuentro político como alternativa al incumplido. Posteriormente y en fechas aún recientes el Nuevo Estatuto Político para Euskadi, que reformula un nuevo pacto político en su relación con España, ha sido aprobado por la mayoría absoluta por el Parlamento Vasco. Los representantes de la ciudadanía vasca se pronunciaron democráticamente. Pero como única respuesta rápida y airada, les faltó tiempo a líderes del PP y del PSOE para poner el grito en el cielo anunciando a los cuatro vientos que las Cortes Generales serían firmes muros de contención a dicho acuerdo. Es decir que las Cortes dejarán en papel mojado lo decidido por el Parlamento Vasco. Y por ende, no se reconocerá ni se respetará la voluntad de los representantes legítimos de la sociedad vasca y se opondrán por lo tanto a la voz y a la decisión de la propia sociedad, porque lo que ésta solicita no parece que tiene cabida en la Constitución. Es decir, PP y PSOE dixit: el límite es la Constitución, la soberanía recae en la sociedad española y el único ámbito de decisión es España. Nada más que hablar. Punto. ¿Y, entonces?, ¿vuelta a empezar?

En democracia todas las ideas políticas y opciones de futuro, nuevos marcos de relación con el Estado, incluidos ámbitos de decisión, se deben poder defender o cuestionar con normalidad, con respeto intelectual, sin linchamientos mediáticos, con la palabra, con razones y ante las urnas. Es decir persuadiendo al discrepante. Sobra pues tanto escándalo mediático. Pero en España, históricamente, el llamado contencioso vasco se ha tratado de resolver una y otra vez, mediante estrategias de enfrentamiento o de negación, y ello no ha generado precisamente recorridos políticos consensuados ni duraderos. A la historia me remito, a la pasada y a la presente. Y cara al futuro, ¿por qué no ensayar por parte de las fuerzas de ámbito estatal otra pose política, por qué no habilitar por parte de los gobiernos centrales españoles otra actitud en la interlocución con los representantes vascos, que fuera capaz de forzar acuerdos duraderos y estables y basados en algo tan elemental y democrático como es el respetar las voluntades mayoritarias democráticamente adoptadas en y por la sociedad vasca?. ¿Qué lo impide? Se trata sencillamente de reconocer el derecho del pueblo vasco a decidir su futuro, a ser sujeto activo de su presente y del devenir que le incumbe. Porque teniendo en cuenta que la democracia no es simplemente un conjunto de instituciones y mecanismos, sino también una ética, una cultura política, un modo honesto de comportamiento radicalmente coherente consigo misma, ¿dentro de qué ámbito de decisión habrá que considerarse la democracia para entenderla verdaderamente como tal?. O dicho con otras palabras, ¿la suerte y el futuro de Euskadi se decide en un plebiscito de ámbito vasco, o por el contrario uno de alcance netamente español determina inexorablemente la suerte del vasco, por encima incluso de su propia e íntima voluntad?

Como demócrata vasco, sin ira y tutela alguna, reclamo serenamente capacidad para decidir y configurar nuestro futuro político. El que sea, el que decidamos democráticamente nosotros, ciudadanía de Euskadi. Soy de los que piensan que el pueblo vasco sí existe, es presente, y que se debe de respetar su voluntad para decidir lo que quiere ser, donde estar, y con quién, en el futuro. Pienso como otros muchos que también hoy de nuevo hay que desempolvar aquel «defenderé la casa de mi padre» («Nire aitaren etxea defendituko dut» del poeta Gabriel Aresti) y que, ahora y aquí, se concreta en hacer respetar y defender la voz y la decisión del Parlamento Vasco del pasado 30 de diciembre.

Y algo debe quedar muy claro y no es una cuestión baladí, el Nuevo Estatuto Político para Euskadi, el Plan Ibarretxe, no es una amenaza sino una oportunidad histórica desde la abolición foral del siglo XIX para suscribir un pacto político duradera y estable entre Euskadi y España. No es un plan secesionista, al contrario, se basa en un principio moderno cual es el de la libre adhesión, tampoco es independentista, pues propugna una relación amable con y en España. Su culminación tendrá lugar en ausencia de violencia. No rompe nada, salvo ánimos periclitados, no va en contra de nadie, salvo de los que se creen detentadores del curso de la historia. No es antiguo, ni etnicista, ni busca destinos milenarios. No busca más fronteras, sino difuminarlas. No es soberanista, sino cosoberanista. No es independentista, sino que busca garantizar instrumentos de autogobierno para jugar en tableros cada vez más interdependientes. Es moderno y homologable democráticamente, pues su fundamento reside en la voluntad cívica de vascos y vascas. Se inspira en el modelo comunitario, mantiene los principios europeos y sobre todo es respetuoso con el TCE que se fundamenta en la libre adhesión, en el respeto a las identidades, culturas, lenguas e instituciones y crea una ciudadanía europea que convive con las ciudadanías de sus miembros. Y actualiza los derechos históricos vascos, contemplados tanto en el Estatuto como en la propia Constitución.

En estos momentos de movimientos y realineamientos diversos, propuestas e ilusiones más o menos compartidas, algo sobra y estorba, y es ETA. Ojalá más pronto que tarde sea definitivamente historia. Y algo falta, la hora en que la izquierda abertzale apueste con todas las consecuencias por vías estrictamente políticas. Hoy toca flexibilidad, negociación, pacto y acuerdo. Hoy toca poner el intelecto y lo neuronal al servicio del acuerdo y de la política. Hora de confiar en la voluntad y capacidad de llegar acuerdos entre los gobierno de Euskadi y de España, entre el Parlamento Vasco y las Cortes, entre partidos de ámbito vasco y estatal. Es hora de la razón y de la persuasión. No de viejas recetas, ni de choque de trenes. Es tiempo de buscar apeaderos comunes porque la unilateral imposición política del fuerte nos aboca una vez más al bloqueo entre legitimidades y soberanías. Tengamos la cabeza muy fría, tranquila serenidad, responsabilidad, visión de futuro, respeto mutuo a flor de piel y mucha suerte. Que buena falta nos hará.

No sería del todo descartable que para cuando estas líneas vieran la luz hubiera noticias positivas y de relevante calado. Ojalá que la precipitación de los acontecimientos y de las expectativas que se están generando con más o menos fundamento y con sobresaltos contradictorios e inexplicables, junto a la concreción de algunos realineamientos políticos que, parece, se están produciendo y la cristalización de alguna de las hipótesis que se barajan, bien podrían ciertamente restar cierta actualidad a algunas de las líneas del artículo. No sería mal precio a pagar si realmente nuevos acontecimientos nos descubrieran un paisaje político más halagüeño y prometedor. Ocurran o no, y como reza el encabezamiento, «con el Parlamento Vasco».

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