En 1997 estalla el ‘‘antinacionalismo’’. Es algo que venía fraguándose mucho antes de que se produjese el ‘‘acuerdo de Lizarra’’. Eran muchos quienes no aceptaban la consolidación democrática del PNV.Esto aparece claro en algunas memorias reciente publicadas: desde ‘‘El aventurero cuerdo’’ (de Mario Onaindia) hasta ‘‘Fe de vida’’ (de José Ramón Recalde). Onaindia -muy influenciando en este asunto por Bandrés- siempre fue un ‘‘antipeneuvista’’ visceral. Su pensamiento aparece claramente en la Ponencia Aketegi impuesta por los suyos en el último congreso de EIA (EE) y que dio lugar a la salida del sector Nueva Izquierda y el principio del fin de Euskadiko Ezkerra que, precisamente, de la mano de Bandrés y Onaindia, se convirtió en el peor negocio del PSOE. De la primera fuerza en escaños de la CAV (1987) a la tercera en 2001 y, hoy en total dependencia del PP. Recalde es quien recuerda que el PSOE cometió el ‘‘error’’ de ‘‘ceder’’ la ‘‘lehendakaritza’’ a Ardanza, siguiendo un impulso altruista para ver si el PNV ‘‘pasaba por el aro’’. Esta es la tesis más o menos.Pero, no es cierta. El PSOE no regaló nada a nadie. Trató de formar un tripartito con EE y EA, y no pudo. Tenía dos opciones: dar la presidencia a la fuerza más votada (el PNV) o ir a nuevas elecciones. Recalde, por otro lado, era uno de quienes, desde antiguo, defendía aquello de «gobernar desde la mayoría central» cuando los ciudadanos vascos no les concedían la mayoría en otros marcos.
Junto a estos, se tejió una red de plataformas, fundaciones y asociaciones, que eran algo así como la trama civil, de la estrategia marcada por Jaime Mayor Oreja y llamada ‘‘la alternativa’’, cuya finalidad no es otra que el derrocamiento del PNV. Está alternativa sufrió su primera y más aparatosa derrota el 13 de mayo de 2001 y, como ocurriera con la operación EE años atrás, supondría (como reconocieron algunos líderes del PSOE, como Josu Montalbán) una forma de desgaste. La derecha comenzó a absorber a gentes consideradas como militantes históricas de la izquierda: comunistas (algunos de ellos, estalinistas) y socialistas. Recomiendo vivamente leer el último artículo de Luis G. de Cañuelo, ‘‘De la conversa Uriarte’’(El Siglo, 13-XII-2004) para ver el tránsito desde la izquierda al ‘‘aznarismo joseantoniano’’ (como lo define el catedrático Xavier Tusell) de Edurne Uriarte.
Una de los pilares que soportan el cuerpo doctrinal de la mayor parte de estas plataformas es que, al contrario de lo que se opinaba. hasta entonces, es ‘‘derrotar’’ a ETA, no hacía falta el PNV, porque, además, se trataba de imponer la interpretación de un marco constitucional que el nacionalismo no aceptaba y de un Estatuto bloqueado, desgastado y agotado (por lo que era preciso activar los mecanismos que el propio Estatuto prevé para su modificación). El preámbulo del llamado "pacto antiterrorista" dejaba al nacionalismo vasco definitivamente al margen de la pugna entre el Estado y ETA.
Como suele repetir el leendakari Ibarretxe, ETA dejaba de condicionar la agenda política, así que al PNV (y a EA) la única responsabilidad es la puramente institucional (como responsable de la Ertzaintza) y la legal (a través del puro acatamiento de las leyes, y punto). No la política. Y, además, porque ni el PP, ni el PSOE, ni la confusa nebulosa de la autodenominada izquierda abertzale (Batasuna y ETA) quieran que intervenga el PNV.
Y, mientras todo esto ocurre, se produce un movimiento diacrónico, imperceptible, por el que el conjunto de la sociedad vasca vive cada día mejor, con el nivel de vida más alto del Estado (según el Instituto Nacional de Estadística), mientras que se producen las condiciones objetivas para explorar las potencialidades del nuevo estatuto. Y, ni una cosa, ni la otra interesan.
La propuesta aprobada en primera instancia por el PSE es, mientras no se plantee en el Parlamento, un ejercicio de pura propaganda electoral sin especial trascendencia. Por otro lado, estamos ante una versión ‘‘ight’’ de la LOAPA, en la que se reinventan términos: se pasa de la ‘‘gestión’’ (exclusiva de la CAV, según el texto de 1979) a la ‘‘cogestión’’ de la propuesta de Guevara, con lo que ello siginifica. Pero, dado que esta propuesta forma parte del programa para desalojar a los nacionalistas del poder y que la única y remota esperanza es unir sus fuerzas al PP de la guerra de Irak y sus decenas de miles de muertos civiles. El mismo partido que engañó a la mayoría de la ciudadanía en las horas que siguen a la matanza terrorista del 11 M. Y todo ello sin hablar del espectáculo que socialistas y aznaristas está dando en las instituciones alavesas (con una creciente y demostrada pérdida de peso del territorio en el conjunto vasco y el desinfle ¿irreversible? del milagro alavés). El Araba, lo único importante es que no gobierne el nacionalismo.
El balance de este último año del constitucionalismo antinacionalista no puede ser más más pobre: mejora de las condiciones de vida y trabajo de la ciudadanía vasca gracias al nacionalismo, consolidación electoral (en unos comicios que no son ‘‘nuestros’’),... En el otro lado, la cosa va desde la expulsión democrática del PP de las instituciones del Estado (tras su manifiesta incompetencia para prevenir el terrorismo islamista) hasta la aparición de una nueva plataforma antinacionalista. Una más, con su camisita, su canesú y su converso. Para que no falta de nada.
En resumen: el constitucionalismo avanza para hacer imposible cualquier transversalidad.